Para un cachorro de lobo del
norte.
La noche era cerrada.
No había ni una luz en el cielo y el negro de la noche se unía con el negro de
la tierra, haciendo un manto negro aterciopelado que cubrió al pequeño pueblo
de San Vicente. En la ladera del pueblo se ven algunas luces que rompen la
negrura. Una de ellas iluminaba a un hombre joven, de unos 25 años, de piel
morena, de manos callosas y piernas fuertes. El joven se llama José Isabel.
Mirando al cielo tiro la colilla de su cigarro al piso, y dio un sorbo al pocillo
de peltre, lleno de café que sostenía en su otra mano. A lo lejos, se escuchó
el aullar de un lobo. El sonido nítido inundó la noche como una brisa que llegaba
a todos lados. La voz de un anciano sonó desde uno de los cuartos de adobe a
espaldas del hombre. – José, entra a la casa. El nahual anda rondando el cerro-
El joven se levantó y de un trago se terminó el resto del café. Camino hacia el
cuarto pero se detuvo antes de entrar. Sintió la mirada de alguien en su nuca.
Los vellos de sus brazos morenos se erizaron. Volteó, y solo alcanzo a ver la
noche negra como ala de cuervo.
No puedo ver un par
de ojos negros que a la distancia lo observaban.
El día era hermoso,
el cielo despejado dejaba caer los rayos del sol sobre la espalda fuerte y
morena de Raúl, mientras cepillaba el cuello de un caballo. Raúl era un gran
amigo de José. Llego al pueblo apenas unas tres semanas antes, pero en esa
semana se ganó la amistad de José. Era un joven grande, de cabello negro y
barba crecida. Un joven noble y de ojos de mirada noble. Su piel apiñonada
contrastaba con la crin del caballo, que brillaba a la luz del sol, con
reflejos de color miel y canela. José
camino hacia el caballo, y saludo
a Raúl con una palmada en la espalda.
-Hola José, ya está
listo el caballo pa que practiques pa la carrera-
-Que chingon te quedo
Raúl, ensíllalo pa que de unas vueltas-
Raúl le coloco el
sarape y la silla de montar al caballo. Y mientras preparaba el freno y las
riendas para el caballo, miraba a José sentado en un tronco de árbol. Él se
quitaba sus huaraches de piel negra y se colocaba sus botines de color miel.
Las espuelas lanzaban tímidos destellos al colocárselas. José se quitó la
camisa y se puso una camiseta de tirantes. Raúl no dejaba de ver su cuerpo
moreno, sus brazos fuertes y su bigote negro. José se apoyó en el estribo izquierdo
y subió al caballo. Tomo las riendas y animo al caballo a caminar un poco.
Raúl admiraba como
montaba José. Erguido, la cabeza alta, la mano segura tomando las riendas, las
piernas fuertes abrazando al caballo. Comenzó a fustigar al caballo con el
fuete y dio algunas vueltas con el caballo. Raúl no podía dejar de verlo. Solo
eso podía hacer. No podía decirle a José el profundo deseo que sentía por él.
Hace muchos años que Raúl había aceptado que deseaba a otros hombres, y deseaba
ese cuerpo masculino y viril. Deseaba sentir sus manos por su cuerpo, sentirlo
su aliento en su boca, y besar cada parte de su cuerpo.
Pero eso jamás seria.
José estaba casado, y era padre de una
hermosa niña. Jamás podría estar con él.
Raúl sintió un
fuetazo ligero en su espalda y vio a José a su lado. –Oye Raúl, despierta, o te
daré unos fuetazos. - y le dio otro
fuetazo cariñoso-
Raúl se volteo hacia José
– No me vas a domar con esos golpecitos jajajajaja- Raúl sujeto las rindas del
caballo y José desmonto rápidamente.
Por la noche José
caminaba por la calle del pueblo rumbo a su casa. Algunas estrellas brillaban
en el cielo y algunas luces en la puerta de dos o tres casas iluminaban algunos
trechos de la calle. Abrió el portón de su casa y camino por el patio. Se detuvo
para encender un cigarrillo, y mientras sacaba el cigarrillo del paquete,
escucho unos pasos suaves. Miro a todos lados pero no vio a nadie. Un aullido
de lobo se escuchó cerca al principio, y después se alejó poco a poco. La noche
se tornó fría.
El día de la carrera,
José llego a las afueras del pueblo, acompañado de Raúl y algunos más para
competir. Mientras el dueño del caballo se fue para hacer la inscripción, Raúl
ajustaba las correas de la silla de montar. Mientras ajustaba las bridas, miraba
a José quitarse sus huaraches de piel negra y reluciente, y ponerse sus botines
color miel. Raúl se acercó y se puso de rodillas para colocarle las espuelas a José.
Sentir la piel tibia de los botines fue algo que despertó una increíble
sensación en Raúl. Mientras estaba de rodillas Raúl levanto la mirada, y por un
segundo, se perdió en el universo color miel oscuro de los ojos de José.
Raúl se hizo a un
lado y vio cómo su amigo se levantaba y caminaba hacia el caballo. José levanto
el pie izquierdo y se apoyó firmemente en uno de los estribos y se impulsó con
las manos hasta sentarse sobre el caballo. Se acomodó en la silla. Raúl le
miraba hipnotizado, cada movimiento, cada musculo de sus fuertes brazos, de sus
piernas, la firmeza de sus manos mientras sujetaba y tensaba las riendas. El
caballo respondió y comenzó a caminar a la línea de salida. Como en sueños, Raúl
se acercó a la valla para ver la carrera. Desde su lugar todo lo que podía ver
era a José espueleando al caballo, miraba como el fuete volaba alrededor del
jinete, y como apretaba las piernas apresando al animal entre ellas. Si el
caballo gano o perdió, eso no fue importante. Nada era más importante que aquel
hombre sudoroso que regresaba montado en un caballo. Un hombre fuerte y
poderoso que dominaba entre sus piernas a un animal más pesado, fuerte y rápido
que él. Un hombre que lo tenía sometido a su voluntad con su fuete y sus
espuelas. Raúl sintió la mirada del caballo, y entonces cruzaron miradas por lo
que pareció una eternidad.
Por la noche Raúl y José
se encontraban sentados bajo la luz amarillenta de un foco, cubiertos con
sarapes, tomando café, mientras contemplaban la silueta negra del cerro frente
a ellos. José contaba cómo había manejado su caballo en la carrera. Raúl solo
podía ver los labios gruesos, el bigote, y los brazos requemados por el sol de José.
Sus piernas fuertes que sujetaban caballos y sus pies fuertes y terrosos en sus huaraches de piel negra, que se apoyaban
fuerte en los estribos.
- En serio fue muy
chingon correr ese caballo. Ojala yo tuviera uno. Lo entrenaría, y lo domaría
para ser un campeón.- Decía José.
-Buenas noches- Dijo
una voz rasposa detrás de ellos. - Buenas noches Don Chavelo- Respondió Raúl.
- Muchachos ya es
hora de ir a dormir – Dijo Don Chavelo –
- Si papá – Dijo José.
- Bien muchachos,
acaben su café y a dormir – Dijo Don Chavelo – Y por cierto Raúl, vete con
cuidado a tu casa. En estas noches se escucha un lobo andar por el monte. Y ese
no es un lobo, es un nahual que anda rondando el pueblo. –
-Pero papá- Protesto José
– ¿Seguro que es un nahual? –
- Si hijo, un nahual
es un hombre que se puede transformar en cualquier animal, porque anda buscando
algo o a alguien. Los nahuales son como brujos, tiene magia, algunos no son
malos, pero otros solo buscan lastimar. A las brujas las puedes ver por la
noche, porque son esas bolas de luz que se ven moverse por los montes, buscando
alguien a quien llevarse. Pero los nahuales son más difíciles de ver. Porque
solo sabes que es un nahual cuando los ves convertirse en animal, o porque
suenan como tristes. El lobo ha estado aullando como triste en estos días. Ese
es un nahual. Por eso Raúl, vete con cuidado-
-Si Don Chavelo – Respondió
Raúl
Recostado en su
petate, José escucho a lo lejos el aullido de un lobo. Puso atención, y por un
momento, creyó sentir la tristeza en el
aullido. Se sentía un poco de soledad y melancolía en el aullido. Sintió un
poco de pena por el nahual.
Al día siguiente, Raúl
estuvo muy callado. José intento hablar
con él, pero no logro sacarle mucho y decidió dejarlo tranquilo.
Por la noche no hubo
ningún aullido.
Dos días después, Raúl
estaba de mucho mejor humor. Bromeaba como siempre, trabajaba como siempre y
era feliz, como siempre.
Ya en la noche,
mientras José tomaba café sentado bajo
la luz de su casa. Escucho a lo lejos el trotar de un caballo, y luego un
ligero relinchido muy cerca, casi como un susurro. Intrigado dejo su taza de
peltre a un lado y salió de su casa. Aguzando el oído, camino lentamente por la
ladera y la luz de la luna le mostraba el camino. Pronto vio movimiento y se
detuvo. Ante él, estaba un caballo de color negro, de pelo tan lustroso que brillaba a la luz de la luna
llena. El caballo volteo y camino alrededor del joven, curioso, abría las
aletas nasales oteando el aire, curioso, cauteloso.
José no se movió, reconocía
los indicios de un caballo que no había sido domado. Se preguntaba de donde
vendría este. Nadie del pueblo, ni de los alrededores había reportado un
caballo perdido, y no había en los ranchos de alrededor ningún caballo negro
como este. Y además, había ocasiones en que caballos se escapaban y vagaban
solos por los campos durante días.
Se quedó quieto y se sentó
lentamente. Quería que el caballo lo viera como algo que no representaba ningún
peligro.
El caballo se acercó
y olio a José. Se quedó cerca de él un rato y luego simplemente se alejó sin
prisa.
José sabía que
posiblemente mañana regresaría el caballo.
Al siguiente día, José
le conto con mucho entusiasmo todo a Raúl. El caballo, la caminata y todo. Raúl
se mostró muy interesado y le dio varios consejos a José para que pusiera en práctica por si el caballo regresaba
por la noche. José se sorprendió de todo lo que sabía Raúl sobre caballos.
En la noche, José se sentó
a tomar café como todas las noches, bajo la luz del foco de su cuarto. Y
nuevamente escucho los cascos ligeros rondando. Salió lentamente y llego al lugar donde había visto al caballo.
Saco un poco de comida y la puso en el piso frente a él. El caballo salió de
las sombras y se acercó. Dio un rodeo y lentamente caminó hacia a José. Olio la
comida. Tardo un poco pero como un poco. Rodeo a José y se fue.
Paso una semana antes
de que el caballo se dejara tocar y acariciar. José sabía que domar a un
caballo tarda en algún tiempo. No solo quería domarlo, quería ganarse su
confianza y lealtad.
En el día platicaba
con Raúl de todo lo que pasaba con el caballo y por la noche esperaba al
caballo para familiarizarse con él.
Raúl le daba muy
buenos consejos para domarlo. Jamás había estado tan entusiasmado con algo. Decidió
por el momento no contarle a nadie sobre el caballo, ya que tuviera domado al
caballo entonces le contaría a su papa para que le ayudara a hacer un establo
pequeño.
A la semana siguiente
José llevo su sarape y probó a colocárselo al caballo. El caballo dudo un poco
pero se dejó. Olio el sarape y pareció muy contento de tenerlo. Corrió un poco
en círculos y después regreso a comer junto a José.
A la siguiente noche,
José le puso el sarape y probó a montarse. El caballo reparo un poco, pero José
apretó las piernas fuertes alrededor del cuerpo del caballo y abrazo el cuello.
Lo acariciaba suavemente y le hablaba en susurros, hasta que el caballo se tranquilizó.
Estuvo unos minutos arriba de él y después se bajó. El caballo lo miro,
acaricio su mejilla con la suya y se fue.
La noche siguiente
volvió a montarlo con el sarape y el caballo acepto su peso por más tiempo. José
lo apretaba entre sus piernas mientras abrazaba su cuello. El caballo parecía
disfrutar cada vez más sentir a José montándolo. Sintiendo su peso en el lomo.
Cuando José bajo del caballo, el caballo froto su nariz contra la cara de José.
Noches después, José
llevo una silla de montar. El caballo reparo un poco, relincho y se inquietó un
poco. José se acercó lentamente y acaricio la cabeza del caballo, y le dio un
beso en la mejilla. Le acaricio como a un amante, Raúl amaba a ese caballo y
puso en sus palabras todo el amor que sentía por él. El caballo suspiro y se calmó.
Se quedó quieto mientras José le colocaba la silla y se montó. El caballo
reparo un poco pero José apretó sus piernas
y sujeto las crines negras del caballo. El caballo comenzó a reparar,
brincando y moviéndose de un lado al otro. José se mantenía sobre el caballo,
apretando las piernas y jalando las crines hacia atrás. Cinco minutos que
duraron horas.
El caballo se fue tranquilizando
poco a poco hasta que dejo de pelear. José se quedó montado un par de minutos más
y desmonto. Acaricio al caballo y le dio de comer. El caballo comió de la mano
de José y pasó su lengua por la cara de José cariñosamente.
Los días pasaron y José
iba teniendo ojeras por las noches que pasaba con el caballo. No solo José
se encariño con el caballo, sentía como
el caballo se encariñaba con él. Se frotaba mientras lo montaba, le gustaba acariciar
al caballo, y el caballo disfrutaba el abrazo y el toque de sus manos.
Montarlo, tocarlo, ambos disfrutaban esos momentos solos.
Una tarde, José le
preguntó a Raúl que cual sería un excelente nombre para el caballo. Para el que
pronto sería un caballo domado por él.
Raúl le dijo que cuando él quisiera saber que nombre le pondría, llevara
sus botines y sus espuelas. Esa noche el caballo seria suyo y sabría qué nombre
ponerle.
José miró fijamente a
Raúl. Estaba tan entusiasmado que apenas noto que Raúl se veía cansado. Estaba
ojeroso, y su cabello negro se veía desordenado, sus brazos morenos tenían
rasguños y arañazos. Le pregunto si estaba bien, y Raúl le respondió que nunca
había estado mejor en su vida. José no hizo más preguntas.
Un par de noches
después, José Estaba listo para darle el nombre a su caballo. Llevo sus botines
y las espuelas como le aconsejo Raúl. Camino en la oscuridad a donde siempre se
veía al caballo. Coloco la silla de montar, sus botines y sus espuelas en un
tronco de árbol y espero. Escucho ruidos y se levantó ansioso. Pero en lugar
del caballo vio a Raúl caminando hacia él.
José estaba
sorprendido.
-Buenas noches José,
¿listo pa darle nombre a tu caballo?-
-Si- respondió José –
¿qué haces aquí? – preguntó.
- Te diré la verdad
acerca del caballo – respondió Raúl, mirándolo fijamente a los ojos. José
sostuvo la mirada y entonces comenzó a entender. Esos ojos negros y profundos
lo envolvieron como una cálida brisa de verano.
- Ya lo sabes ¿verdad
José?- Raúl se quitó la camisa, dejando ver un torso fuerte y moreno. Marcas y
moretones recientes en su espalda revelaban que había cargado algo pesado por
varios días. – Yo soy el nahual que rondaba el pueblo, yo soy el lobo que
merodeaba por tu casa, observándote porque deseaba estar contigo. Después de la
carrera supe que lo que más deseabas era un caballo. Y me convertí en ese
caballo que has domado todas estas noches. Desde que te vi montar por primera
vez, deseaba con toda mi alma ser ese animal que montabas, deseaba sentirte
sobre de mí, apretándome y apresándome con tus piernas. Deseaba sentir el
bocado en mi boca y tus manos firmes sosteniendo mis riendas obligándome a
tomar el camino que tú ordenaras. Todas
estas noches me entregue a ti, deje que domaras mi voluntad y mi cuerpo.
Las marcas en mi cuerpo son las marcas de tu silla y de tu peso sobre mí. Y ahora
quiero tener las marcas de tu fuete y tus espuelas. Quiero ser de tu propiedad.
Si aceptas me convertiré en tu caballo por todo un año. Prometo ser un animal
fiel y leal. Daré todo por ti.
José no sabía que
decir.
Raúl lo tomo de la
mano y lo llevo al tronco, con movimientos firmes pero suaves lo sentó en el
tronco. Se puso de rodillas y le quito los huaraches de piel negra. Beso sus
pies descalzos. Luego le puso los botines color miel y le ajusto las espuelas. Después
levanto la vista y vio lágrimas en los ojos de José.
Raúl se quitó los
huaraches y el pantalón, y desnudo se colocó a cuatro patas frente a José. Beso
los botines color miel. – Te lo suplico José – dijo Raúl – Déjame ser tuyo,
déjame ser tu caballo –
Por toda respuesta, Raúl
escucho como José se levantaba y caminaba. Cuando pensó que todo estaba
perdido, sintió el peso de la silla de montar en su espalda. Su alegría no tuvo
límites cuando las fuertes manos de José le colocaron el bocado y las riendas en su boca.
José nunca supo
exactamente que paso en ese momento. Cuando se sentó en la silla miraba la
espalda morena de su mejor amigo, y cuando jalo las riendas, un hermoso caballo
negro relinchaba de felicidad abrazado por sus piernas.
José abrazo a su
caballo y le susurro suavemente. – Tenías razón, esta noche encontré el nombre
para mi caballo-
José sujeto
firmemente las riendas y clavo ligeramente las espuelas en los costados del
hermoso caballo negro que relincho de felicidad-
-Arre Fuego Negro,
Arre –
José dio un fuetazo, y
con un rápido galope, jinete y caballo se perdieron en la noche bajo la luz de
la luna.
Salf/072017/ver2.4