martes, 15 de agosto de 2017

Cuatro tangos

Te conoci una noche,
Tú y yo solos en la calle.
Me miraste,
me dijiste,
ven conmigo,
te mire y te dije: sí.
Llegamos a tu casa,
me enseñaste tus cuerdas,
me mostraste tus cadenas,
Y me dijiste: Átame.
Te mire desnudo, te mire viril.
Mire tus ojos profundos.
Y entre las cuerdas, me enamore de ti.

Madreselvas en flor,
que trepando se van,
es su abrazo tenaz y dulzón como aquel, si todos los años,
si tus flores renacen,
así que no muera,
mi primer amor…

Te quito la ropa poco a poco,
Tu cuerpo moreno queda desnudo,
y la luz del sol de la tarde,
ilumina tus ojos sumisos,
y tu miembro se eleva
Mientras te amordazo
tus pezones se ponen duros
cuando abrazo tu cuerpo con cadenas,
 y en mi mano aparece un látigo de piel
que dibuja líneas diagonales,
al contacto con tu piel.
Tu cuerpo tiembla  de dolor,
de excitación.
Tiembla De placer.
De amor.

Ay de mí, ay señor, cuanta ternura y dolor
Cuando el sol se va ocultando,
 y tú sufres lentamente,
como un alma doliente,
en el atardecer

Te ate desnudo a la cama,
te ate con cariño y con severidad.
Tu espalda fuerte y morena,
tu espalda que lucía roja y brillante.
Las líneas de mi látigo en tu piel,
Brillan como pequeños caminos de sangre.
Roce cada uno con mis dedos,
Disfrutando el calor de tu excitación.
Y dejarte atado,
sudoroso y torturado,
eleva a la gloria mi placer.
Me pare sobre tu espalda
Y encendí lentamente un cigarro
Era como verte desde el cielo,
Y el humo eran las nubes
que dejaban ver tu sufrimiento,
Y mientras el humo se eleva,
se eleva tu dolor.

Sus espirales son sueños celestiales,
y forman nubes, que así a la gloria suben.
Y envuelta en ella tu chispa es una estrella,
que luce clara y bella,
con rápido fulgor.

Lentamente te quite las cadenas,
deshice nudos.
Rompí el abrazo de las cuerdas.
Libere tu cuerpo adolorido.
Acaricie tu piel maltratada.
Bese tus labios heridos.
Te tome entre mis brazos.
Te levante del piso,
y te lleve lentamente al sillón.
Te abrace fuerte,
y puse tu cabeza en mi pecho para protegerte.
Te mire a los ojos,
y vi tu ansia de entregarte.
Te abrace nuevamente.
Tu cuello aun tenía la cadena.
Te di un beso suave y tierno.
Te di de beber de mis labios,
y tus dedos se entrelazaron en los míos
Tu alma toco la mía.
Me convertí en tu Dueño
Tú en mi propiedad
Y no nos volvimos a separar.

Y todo a media luz es un brujo el amor,
a media luz los besos,
a media luz los dos.
Y todo a media luz,
crepúsculo interior,
que suave terciopelo,
 la media luz de amor…






Salf/052017/ver3.4

Fuego negro

                                                                              Para un cachorro de lobo del norte.


   La noche era cerrada. No había ni una luz en el cielo y el negro de la noche se unía con el negro de la tierra, haciendo un manto negro aterciopelado que cubrió al pequeño pueblo de San Vicente. En la ladera del pueblo se ven algunas luces que rompen la negrura. Una de ellas iluminaba a un hombre joven, de unos 25 años, de piel morena, de manos callosas y piernas fuertes. El joven se llama José Isabel. Mirando al cielo tiro la colilla de su cigarro al piso, y dio un sorbo al pocillo de peltre, lleno de café que sostenía en su otra mano. A lo lejos, se escuchó el aullar de un lobo. El sonido nítido inundó la noche como una brisa que llegaba a todos lados. La voz de un anciano sonó desde uno de los cuartos de adobe a espaldas del hombre. – José, entra a la casa. El nahual anda rondando el cerro- El joven se levantó y de un trago se terminó el resto del café. Camino hacia el cuarto pero se detuvo antes de entrar. Sintió la mirada de alguien en su nuca. Los vellos de sus brazos morenos se erizaron. Volteó, y solo alcanzo a ver la noche negra como ala de cuervo.
No puedo ver un par de ojos negros que a la distancia lo observaban.
El día era hermoso, el cielo despejado dejaba caer los rayos del sol sobre la espalda fuerte y morena de Raúl, mientras cepillaba el cuello de un caballo. Raúl era un gran amigo de José. Llego al pueblo apenas unas tres semanas antes, pero en esa semana se ganó la amistad de José. Era un joven grande, de cabello negro y barba crecida. Un joven noble y de ojos de mirada noble. Su piel apiñonada contrastaba con la crin del caballo, que brillaba a la luz del sol, con reflejos de color miel y canela. José  camino hacia  el caballo, y saludo a Raúl con una palmada en la espalda.
-Hola José, ya está listo el caballo pa que practiques pa la carrera-
-Que chingon te quedo Raúl, ensíllalo pa que de unas vueltas-
Raúl le coloco el sarape y la silla de montar al caballo. Y mientras preparaba el freno y las riendas para el caballo, miraba a José sentado en un tronco de árbol. Él se quitaba sus huaraches de piel negra y se colocaba sus botines de color miel. Las espuelas lanzaban tímidos destellos al colocárselas. José se quitó la camisa y se puso una camiseta de tirantes. Raúl no dejaba de ver su cuerpo moreno, sus brazos fuertes y su bigote negro. José se apoyó en el estribo izquierdo y subió al caballo. Tomo las riendas y animo al caballo a caminar un poco.
Raúl admiraba como montaba José. Erguido, la cabeza alta, la mano segura tomando las riendas, las piernas fuertes abrazando al caballo. Comenzó a fustigar al caballo con el fuete y dio algunas vueltas con el caballo. Raúl no podía dejar de verlo. Solo eso podía hacer. No podía decirle a José el profundo deseo que sentía por él. Hace muchos años que Raúl había aceptado que deseaba a otros hombres, y deseaba ese cuerpo masculino y viril. Deseaba sentir sus manos por su cuerpo, sentirlo su aliento en su boca, y besar cada parte de su cuerpo.
Pero eso jamás seria. José  estaba casado, y era padre de una hermosa niña. Jamás podría estar con él.
Raúl sintió un fuetazo ligero en su espalda y vio a José a su lado. –Oye Raúl, despierta, o te daré unos fuetazos. -  y le dio otro fuetazo cariñoso-
Raúl se volteo hacia José – No me vas a domar con esos golpecitos jajajajaja- Raúl sujeto las rindas del caballo y José desmonto rápidamente.
Por la noche José caminaba por la calle del pueblo rumbo a su casa. Algunas estrellas brillaban en el cielo y algunas luces en la puerta de dos o tres casas iluminaban algunos trechos de la calle. Abrió el portón de su casa y camino por el patio. Se detuvo para encender un cigarrillo, y mientras sacaba el cigarrillo del paquete, escucho unos pasos suaves. Miro a todos lados pero no vio a nadie. Un aullido de lobo se escuchó cerca al principio, y después se alejó poco a poco. La noche se tornó fría.
El día de la carrera, José llego a las afueras del pueblo, acompañado de Raúl y algunos más para competir. Mientras el dueño del caballo se fue para hacer la inscripción, Raúl ajustaba las correas de la silla de montar. Mientras ajustaba las bridas, miraba a José quitarse sus huaraches de piel negra y reluciente, y ponerse sus botines color miel. Raúl se acercó y se puso de rodillas para colocarle las espuelas a José. Sentir la piel tibia de los botines fue algo que despertó una increíble sensación en Raúl. Mientras estaba de rodillas Raúl levanto la mirada, y por un segundo, se perdió en el universo color miel oscuro de los ojos de José.
Raúl se hizo a un lado y vio cómo su amigo se levantaba y caminaba hacia el caballo. José levanto el pie izquierdo y se apoyó firmemente en uno de los estribos y se impulsó con las manos hasta sentarse sobre el caballo. Se acomodó en la silla. Raúl le miraba hipnotizado, cada movimiento, cada musculo de sus fuertes brazos, de sus piernas, la firmeza de sus manos mientras sujetaba y tensaba las riendas. El caballo respondió y comenzó a caminar a la línea de salida. Como en sueños, Raúl se acercó a la valla para ver la carrera. Desde su lugar todo lo que podía ver era a José espueleando al caballo, miraba como el fuete volaba alrededor del jinete, y como apretaba las piernas apresando al animal entre ellas. Si el caballo gano o perdió, eso no fue importante. Nada era más importante que aquel hombre sudoroso que regresaba montado en un caballo. Un hombre fuerte y poderoso que dominaba entre sus piernas a un animal más pesado, fuerte y rápido que él. Un hombre que lo tenía sometido a su voluntad con su fuete y sus espuelas. Raúl sintió la mirada del caballo, y entonces cruzaron miradas por lo que pareció una eternidad.
Por la noche Raúl y José se encontraban sentados bajo la luz amarillenta de un foco, cubiertos con sarapes, tomando café, mientras contemplaban la silueta negra del cerro frente a ellos. José contaba cómo había manejado su caballo en la carrera. Raúl solo podía ver los labios gruesos, el bigote, y los brazos requemados por el sol de José. Sus piernas fuertes que sujetaban caballos y sus pies fuertes y terrosos  en sus huaraches de piel negra, que se apoyaban fuerte en los estribos.
- En serio fue muy chingon correr ese caballo. Ojala yo tuviera uno. Lo entrenaría, y lo domaría para ser un campeón.- Decía José.
-Buenas noches- Dijo una voz rasposa detrás de ellos. - Buenas noches Don Chavelo- Respondió Raúl.
- Muchachos ya es hora de ir a dormir – Dijo Don Chavelo –
- Si papá – Dijo José.
- Bien muchachos, acaben su café y a dormir – Dijo Don Chavelo – Y por cierto Raúl, vete con cuidado a tu casa. En estas noches se escucha un lobo andar por el monte. Y ese no es un lobo, es un nahual que anda rondando el pueblo. –
-Pero papá- Protesto José – ¿Seguro que es un nahual? –
- Si hijo, un nahual es un hombre que se puede transformar en cualquier animal, porque anda buscando algo o a alguien. Los nahuales son como brujos, tiene magia, algunos no son malos, pero otros solo buscan lastimar. A las brujas las puedes ver por la noche, porque son esas bolas de luz que se ven moverse por los montes, buscando alguien a quien llevarse. Pero los nahuales son más difíciles de ver. Porque solo sabes que es un nahual cuando los ves convertirse en animal, o porque suenan como tristes. El lobo ha estado aullando como triste en estos días. Ese es un nahual. Por eso Raúl, vete con cuidado-
-Si Don Chavelo – Respondió Raúl
Recostado en su petate, José escucho a lo lejos el aullido de un lobo. Puso atención, y por un momento, creyó sentir  la tristeza en el aullido. Se sentía un poco de soledad y melancolía en el aullido. Sintió un poco de pena por el nahual.
Al día siguiente, Raúl estuvo muy callado. José  intento hablar con él, pero no logro sacarle mucho y decidió dejarlo tranquilo.
Por la noche no hubo ningún aullido.
Dos días después, Raúl estaba de mucho mejor humor. Bromeaba como siempre, trabajaba como siempre y era feliz, como siempre.
Ya en la noche, mientras José  tomaba café sentado bajo la luz de su casa. Escucho a lo lejos el trotar de un caballo, y luego un ligero relinchido muy cerca, casi como un susurro. Intrigado dejo su taza de peltre a un lado y salió de su casa. Aguzando el oído, camino lentamente por la ladera y la luz de la luna le mostraba el camino. Pronto vio movimiento y se detuvo. Ante él, estaba un caballo de color negro, de pelo  tan lustroso que brillaba a la luz de la luna llena. El caballo volteo y camino alrededor del joven, curioso, abría las aletas nasales oteando el aire, curioso, cauteloso.
José no se movió, reconocía los indicios de un caballo que no había sido domado. Se preguntaba de donde vendría este. Nadie del pueblo, ni de los alrededores había reportado un caballo perdido, y no había en los ranchos de alrededor ningún caballo negro como este. Y además, había ocasiones en que caballos se escapaban y vagaban solos por los campos durante días.
Se quedó quieto y se sentó lentamente. Quería que el caballo lo viera como algo que no representaba ningún peligro.
El caballo se acercó y olio a José. Se quedó cerca de él un rato y luego simplemente se alejó sin prisa.
José sabía que posiblemente mañana regresaría el caballo.
Al siguiente día, José le conto con mucho entusiasmo todo a Raúl. El caballo, la caminata y todo. Raúl se mostró muy interesado y le dio varios consejos a José para  que pusiera en práctica por si el caballo regresaba por la noche. José se sorprendió de todo lo que sabía Raúl sobre caballos.
En la noche, José se sentó a tomar café como todas las noches, bajo la luz del foco de su cuarto. Y nuevamente escucho los cascos ligeros rondando. Salió lentamente  y llego al lugar donde había visto al caballo. Saco un poco de comida y la puso en el piso frente a él. El caballo salió de las sombras y se acercó. Dio un rodeo y lentamente caminó hacia a José. Olio la comida. Tardo un poco pero como un poco. Rodeo a José y se fue.
Paso una semana antes de que el caballo se dejara tocar y acariciar. José sabía que domar a un caballo tarda en algún tiempo. No solo quería domarlo, quería ganarse su confianza y lealtad.
En el día platicaba con Raúl de todo lo que pasaba con el caballo y por la noche esperaba al caballo para familiarizarse con él.
Raúl le daba muy buenos consejos para domarlo. Jamás había estado tan entusiasmado con algo. Decidió por el momento no contarle a nadie sobre el caballo, ya que tuviera domado al caballo entonces le contaría a su papa para que le ayudara a hacer un establo pequeño.
A la semana siguiente José llevo su sarape y probó a colocárselo al caballo. El caballo dudo un poco pero se dejó. Olio el sarape y pareció muy contento de tenerlo. Corrió un poco en círculos y después regreso a comer junto a José.
A la siguiente noche, José le puso el sarape y probó a montarse. El caballo reparo un poco, pero José apretó las piernas fuertes alrededor del cuerpo del caballo y abrazo el cuello. Lo acariciaba suavemente y le hablaba en susurros, hasta que el caballo se tranquilizó. Estuvo unos minutos arriba de él y después se bajó. El caballo lo miro, acaricio su mejilla con la suya y se fue.
La noche siguiente volvió a montarlo con el sarape y el caballo acepto su peso por más tiempo. José lo apretaba entre sus piernas mientras abrazaba su cuello. El caballo parecía disfrutar cada vez más sentir a José montándolo. Sintiendo su peso en el lomo. Cuando José bajo del caballo, el caballo froto su nariz contra la cara de José.
Noches después, José llevo una silla de montar. El caballo reparo un poco, relincho y se inquietó un poco. José se acercó lentamente y acaricio la cabeza del caballo, y le dio un beso en la mejilla. Le acaricio como a un amante, Raúl amaba a ese caballo y puso en sus palabras todo el amor que sentía por él. El caballo suspiro y se calmó. Se quedó quieto mientras José le colocaba la silla y se montó. El caballo reparo un poco pero José apretó sus piernas  y sujeto las crines negras del caballo. El caballo comenzó a reparar, brincando y moviéndose de un lado al otro. José se mantenía sobre el caballo, apretando las piernas y jalando las crines hacia atrás. Cinco minutos que duraron horas.
El caballo se fue tranquilizando poco a poco hasta que dejo de pelear. José se quedó montado un par de minutos más y desmonto. Acaricio al caballo y le dio de comer. El caballo comió de la mano de José y pasó su lengua por la cara de José cariñosamente.
Los días pasaron y José iba teniendo ojeras por las noches que pasaba con el caballo. No solo José se  encariño con el caballo, sentía como el caballo se encariñaba con él. Se frotaba mientras lo montaba, le gustaba acariciar al caballo, y el caballo disfrutaba el abrazo y el toque de sus manos. Montarlo, tocarlo, ambos disfrutaban esos momentos solos.
Una tarde, José le preguntó a Raúl que cual sería un excelente nombre para el caballo. Para el que pronto sería un caballo domado por él.  Raúl le dijo que cuando él quisiera saber que nombre le pondría, llevara sus botines y sus espuelas. Esa noche el caballo seria suyo y sabría qué nombre ponerle.
José miró fijamente a Raúl. Estaba tan entusiasmado que apenas noto que Raúl se veía cansado. Estaba ojeroso, y su cabello negro se veía desordenado, sus brazos morenos tenían rasguños y arañazos. Le pregunto si estaba bien, y Raúl le respondió que nunca había estado mejor en su vida. José no hizo más preguntas.
Un par de noches después, José Estaba listo para darle el nombre a su caballo. Llevo sus botines y las espuelas como le aconsejo Raúl. Camino en la oscuridad a donde siempre se veía al caballo. Coloco la silla de montar, sus botines y sus espuelas en un tronco de árbol y espero. Escucho ruidos y se levantó ansioso. Pero en lugar del caballo vio a Raúl caminando hacia él.
José estaba sorprendido.
-Buenas noches José, ¿listo pa darle nombre a tu caballo?-
-Si- respondió José – ¿qué haces aquí? – preguntó.
- Te diré la verdad acerca del caballo – respondió Raúl, mirándolo fijamente a los ojos. José sostuvo la mirada y entonces comenzó a entender. Esos ojos negros y profundos lo envolvieron como una cálida brisa de verano.
- Ya lo sabes ¿verdad José?- Raúl se quitó la camisa, dejando ver un torso fuerte y moreno. Marcas y moretones recientes en su espalda revelaban que había cargado algo pesado por varios días. – Yo soy el nahual que rondaba el pueblo, yo soy el lobo que merodeaba por tu casa, observándote porque deseaba estar contigo. Después de la carrera supe que lo que más deseabas era un caballo. Y me convertí en ese caballo que has domado todas estas noches. Desde que te vi montar por primera vez, deseaba con toda mi alma ser ese animal que montabas, deseaba sentirte sobre de mí, apretándome y apresándome con tus piernas. Deseaba sentir el bocado en mi boca y tus manos firmes sosteniendo mis riendas obligándome a tomar el camino que tú ordenaras. Todas  estas noches me entregue a ti, deje que domaras mi voluntad y mi cuerpo. Las marcas en mi cuerpo son las marcas de tu silla y de tu peso sobre mí. Y ahora quiero tener las marcas de tu fuete y tus espuelas. Quiero ser de tu propiedad. Si aceptas me convertiré en tu caballo por todo un año. Prometo ser un animal fiel y leal. Daré todo por ti.
José no sabía que decir.
Raúl lo tomo de la mano y lo llevo al tronco, con movimientos firmes pero suaves lo sentó en el tronco. Se puso de rodillas y le quito los huaraches de piel negra. Beso sus pies descalzos. Luego le puso los botines color miel y le ajusto las espuelas. Después levanto la vista y vio lágrimas en los ojos de José.
Raúl se quitó los huaraches y el pantalón, y desnudo se colocó a cuatro patas frente a José. Beso los botines color miel. – Te lo suplico José – dijo Raúl – Déjame ser tuyo, déjame ser tu caballo –
Por toda respuesta, Raúl escucho como José se levantaba y caminaba. Cuando pensó que todo estaba perdido, sintió el peso de la silla de montar en su espalda. Su alegría no tuvo límites cuando las fuertes manos de José le colocaron  el bocado y las riendas en su boca.
José nunca supo exactamente que paso en ese momento. Cuando se sentó en la silla miraba la espalda morena de su mejor amigo, y cuando jalo las riendas, un hermoso caballo negro relinchaba de felicidad abrazado por sus piernas.
José abrazo a su caballo y le susurro suavemente. – Tenías razón, esta noche encontré el nombre para mi caballo-
José sujeto firmemente las riendas y clavo ligeramente las espuelas en los costados del hermoso caballo negro que relincho de felicidad-
-Arre Fuego Negro, Arre –
José dio un fuetazo, y con un rápido galope, jinete y caballo se perdieron en la noche bajo la luz de la luna.




Salf/072017/ver2.4




Demonio de fantasia



El atardecer llenó de tonos rojos y naranjas el bosque. Las hojas crujían ligeramente bajo el peso de aquel hombre silencioso que parecía flotar. Caminaba suavemente cubierto por una capa de viaje de color carmín oscuro, del mismo tono de la sangre seca. La capucha baja ocultaba completamente el rostro del mago que cruzaba aquel bosque.
Poco a poco los árboles que encontraba a su paso estaban más escasos de hojas por el otoño. Mientras la luz del sol moría tras las montañas, las sombras se apoderaban de aquel bosque, que poco a poco se convertía en un paisaje lleno de árboles desnudos y de troncos malformados. Las ramas a la mortecina luz de la luna se elevaban como manos suplicantes de almas agonizantes tratando de alcanzar un consuelo inexistente.
Algunas ramas se atoraban en la capa de viaje del mago, intentando detenerlo en su viaje. Sin embargo el mago de capa carmesí no se inmuto ante los dedos rugosos de los árboles que salían a su paso.
El mago se detuvo de pronto. Tomo un puñado de tierra que había cerca de sus pies, y murmuro un conjuro antiguo con voz ronca y susurrante. Soplo la tierra que sostenía en su palma, y de inmediato la tierra voló como impulsada por una brisa suave. Y mientras la tierra se elevaba por los aires, frente al mago, se materializo una torre de piedra, como si una niebla invisible se retirara y dejara expuesta la fría piedra a la mirada del mago.
El mago toco la puerta de madera con la palma de la mano y, la puerta se desmenuzo en miles de astillas que se reintegraron nuevamente en una puerta, cuando el mago hubo cruzado la entrada. El mago saco de capa de viaje una pequeña vara con un cristal de cuarzo transparente y pronuncio una palaba mágica, enseñada a los hombres por el Dios del fuego, y el cuarzo brillo con la intensidad de una estrella nocturna. El Mago subió por las escaleras de piedra hasta el nivel más alto de la torre y encontró a otra figura encapuchada en una capa negra.
-Te esperaba- Dijo la figura con una voz suave como brisa marina.
-La última prueba te espera. Has pasado con éxito la prueba de la sabiduría, y la prueba del poder. Pero para ser un verdadero mago, para ser aceptado en la Orden de la alta hechicería, debes aun pasar la última prueba. ¿Estás listo?-
El mago carmesí estuvo mudo por unos segundos. – Estoy listo-
-Entonces entra- respondió el mago negro, y abrió la puerta.
El mago carmesí entro en la habitación que estaba a oscuras. Solo por una abertura en el techo entraba un nítido rayo de luna, que iluminaba el piso justo en medio de la habitación.
El mago carmesí estaba desconcertado. No había nada. A comparación de las otras pruebas, esta habitación no tenía nada, estaba vacía. Giro para preguntar al mago negro cual era el inicio de la prueba. El Mago negro estaba de pie en la puerta, levanto su mano y el silencio se rompió por un conjuro suave, como el susurro que queda en el bosque después de una noche de tormenta. En su palma se formó una pequeña esfera brillante. Por primera vez el rostro demacrado el magro negro se pudo apreciar ante la luz suave de la pequeña esfera.
-Bien mago.- dijo con voz potente- esta es tu prueba final. Enfrenta el conjuro del Demonio de fantasía- y dicho esto soplo sobre la pequeña esfera de luz, que se convirtió en una mariposa brillante que se movió en la palma del mago y después alzo el vuelo. La mariposa volaba de forma pausada hacia el rayo de luna que caía en medio de la habitación. Cuando toco la luz de la luna, la mariposa exploto en un sinfín de mariposas brillantes que dejaban caer un polvillo como de diamante, que muy pronto se convirtió en una bruma brillante. El mago carmesí pronto se vio envuelto en aquella bruma.
De repente, la luz de la luna se convirtió en una luz brillante como el medio día, y alrededor del mago se dejaron ver arboles robustos y llenos de hojas verdes, el piso de piedra de pronto fue un manto de hierba y musgo suave, flores se abrían tachonando el piso de colores.
De pronto uno de los arboles más robustos emitió un ruido sordo y el tronco se abrió y de su interior salió un hombre.
El mago reconoció en seguida a un leñador que conoció un par de meses atrás, en un pueblo junto al lago de la Estrella. El leñador era un hombre grande y fuerte. Con el torso desnudo y unos pantalones y botas de cuero. La barba era grande y desordenada, lo mismo que el vello del pecho amplio, y de sus brazos poderosos
El hombre salió del tronco del árbol y camino hacia el mago. Con paso rápido se paró frente al mago, y antes de que pudiera hacer nada, lo tomo del cuello. El mago sentía la mano del leñador apretando su cuello. Apenas podía respirar. No podía liberarse porque ni siquiera podía articular una palabra, mucho menos un conjuro.
El leñador tiro al suelo al mago, y sin darle tiempo de nada comenzó a desgarra la capa y las vestiduras del mago. Sorprendido y aun sin poder respirar, vio cómo su capa era reducida a jirones, su pequeña vara con el cuarzo en la punta salió volando y se perdió entre la hierba. La angustia creció cuando el leñador rompió toda su ropa y sus artefactos mágicos se esparcían y se perdían entre la hierba. La arena de las dunas del sueño, el frasco con el agua de los pantanos de la miseria, las hojas de las hierbas que recolectaba en el campo volaban mezclándose con el aire. De repente, cuando pudo articular palabra, se vio tirado en la hierba desnudo. Aún tenía su poder, pero debía poder pronunciar palabras.
La base de la magia son las palabras. De nada sirve tener los objetos mágicos, de nada sirve conocer el conjuro ni tener el poder para desencadenarlo. En necesario pronunciar las palabras. Decir el conjuro es lo que libera la magia. Es lo que hace girar al mundo. Cuando somos niños las cosas adquieren sentido cuando las nombramos. Nuestra realidad se vuelve comprensible cuando la podemos describir con palabras. Los sentimientos se vuelven reales cuando alzamos la voz y los definimos. Tal es el poder de las palabras, que lo que no pronunciamos no existe. Tal es el poder de la voz que si no pronunciamos las palabras el poder no  se desencadena. Debemos pronunciar, de la forma adecuada y con las palabras adecuadas para que la magia surja.
Es cierto, faltaban sus objetos mágicos. Pero los objetos son solo objetos inanimados, que solo tiene la capacidad de hacer magia, porque el mago con su voz libera esa magia. Mientras pudiera hablar, el conservaba su magia, su poder.
El leñador tomo las tiras de tela que quedaban de la capa del mago y le ato las manos al árbol. El mago quedo apenas tocando la hierba del suelo con los dedos. Ahora el mago se hallaba completamente desnudo frente al leñador, y por su cabeza pasaban los conjuros a una velocidad sorprendente, intentando decidir cuál sería el más adecuado. Mientras recuperaba el aliento y su garganta se abría lo suficiente para poder hablar nuevamente.
El leñador comenzó a acariciar el cuerpo del mago. Recorriendo cada parte de su piel. El mago perdió la concentración al sentir el toque de esa mano áspera. Sus pezones se levantaron y su pene se llenó de sangre. A pesar de ser uno de los magos más poderoso fuera de la orden de la alta hechicería, también era un hombre. Y deseaba a ese leñador.
La primera vez que vio al leñador en el bosque frente al lago, quedo sorprendido por ese cuerpo viril y poderoso. El mago practicaba sus hechizos del elemento agua. Y dejo de practicar. Durante días no pudo sacarse de la cabeza la imagen de ese hombre. Su pecho sudoroso y velludo. Sus brazos fuertes, su barba negra y espesa.
El mago soñó un par de noches con él, deseo besar sus labios, sentir esa barba rasposa en su espalda. Sintiendo sus manos callosas recorriendo su piel suave. Lo deseo de tal forma y con tal fuerza que el mismo mago tuvo miedo. Él era un mago poderoso, no debía ceder ante esos impulsos y deseos.
Ahora tenía al leñador frente a él, tocándolo. Casi podía oler el aliento fuerte de ese hombre. El olor a tabaco y cerveza. Casi podía saborear ese sudor de gusto fuerte y ligeramente amargo. Pero no. Eso no podía ser. Estaba en una prueba, tenía que concentrarse.
Solo un hechizo, solo uno lo separaba de su libertad. Intento pronunciar un conjuro pero los labios del leñador ahogaron las palabras. El paraíso se abrió para el mago al sentir ese beso largo y profundo.
El leñador tomo otras tiras de tela y las trenzo en un látigo de una sola cola, y comenzó a azotar al mago. La tela se sentía suave, y el mago se sorprendió porque esperaba dolor, pero en su lugar sintió un sorprendente placer. Su concentración se fue volando.
El leñador se acercó y beso nuevamente al mago que sin saber cómo, de repente se vio atado entre dos árboles. El leñador se puso a sus espaldas y comenzó a azotar su espalda, y sus nalgas. El mago sentía un dolor placentero que iba aumentando con la intensidad de cada azote.
Su mente se debatía entre el placer y un conjuro. Las palabras se rompían en su boca y se esparcían en el aire como gemidos de placer. Pronto el dolor se hizo más agudo y pronto las palabras se rompieron en gritos. Algo pasaba en él. El dolor se convertía en placer y no podía pensar claramente. El conjuro no alcanzaba a formarse.
Su espalda se sintió caliente y la piel le dolía. Entonces el leñador dejo de azotar. Se acercó y paso su lengua tibia y húmeda por la espalda adolorida y enrojecida. El mago soltó un suspiro de placer y la sensación de dolor y de alivio borro nuevamente las palabras de su conjuro.
Antes de poder intentar nuevamente concentrarse, sintió como el leñador ataba sus testículos y ataba a la rama de un árbol el otro extremo. Sus testículos se estiraban hacia arriba produciéndole un dolor cosquilleante que nunca había sentido. Se sorprendió de ver que su verga estaba dura y a punto de explotar. Le invadió un sentimiento de vergüenza. Le daba pena que el leñador se diera cuenta de cuanto estaba disfrutando el dolor y la humillación. De repente recordó que estaba en una prueba, y era seguro que el mago que le dejo entrar a la torre estaría viendo. Se sintió miserable porque ahora ese mago estaría viendo sus deseos más profundos, sabría que deseaba hombres, y que disfrutaba siendo torturado y humillado. La vergüenza cubrió su mente y deseo no estar ahí.
Mientras tanto, el leñador tomo una flor azulada parecida a una copa, y de sus pétalos cayeron gotas de roció que al tocar el pecho del mago, se sintieron como gotas de cera.
La sensación de calor lo saco de sus pensamientos y no hubo tiempo de tener más pensamientos vergonzosos. Las gotas de roció se hacían más calientes y avanzaban hacia abajo. Tocaron sus tetillas, y luego el leñador fue bajando lentamente hacia el abdomen. El mago sentía el calor y el dolor bajando hacia su verga, y pronto la sensación de cada gota cayendo en la piel suave de su prepucio hizo que su mente explorara de placer. Sentía como su verga vibraba a cada gota. Sentía como el líquido caliente resbalaba desde la punta de su verga y caída en sus testículos estirados sin piedad.
El leñador dejo caer la flor y se colocó detrás del mago. Y tomo entre sus dedos las tetillas del mago.
Y la mente del mago voló al cielo.
Sentía la barba rasposa en su espalda, sentía el aliento tibio en su cuello, sentía el pantalón de cuero abultado por la verga del leñador. Sentís los dedos callosos apretando sus tetillas, sentís su verga palpitar por el líquido caliente, sentís sus testículos que vibraban por la tensión de la tela que los sujetaba a la rama.
Y en medio de tanto placer el lugar de un conjuro poderoso, lo que salió de su boca fue un grito potente.
-Hazme tuyo, penétrame, tortúrame, humíllame, hazme tu esclavo. Por favor-
Y entonces el mago eyaculo. Y le pareció una eternidad el tiempo que le tomo a su semen volar por el aire y caer entre la hierba.
Entonces, mientras duraban los espasmos del orgasmo, solo pudo decir con voz suave
-Este soy yo-
Cuando abrió los ojos, el mago carmesí estaba tendido en el piso, en medio de la habitación, y la luz de la luna iluminaba su pecho. Aturdido, se arrodillo sintiendo un poco de mareo, y sintió una mano que lo levantaba. A la luz de la luna pudo ver los ojos del mago negro brillando como dos granos de café. Su mirada era serena.
-Bien hecho-
El mago carmesí le miro sorprendido- Pero, ¿porque?, no he podido hacer ningún conjuro-
El mago negro le entrego un pergamino, y le dijo suavemente. – Este es el pergamino que da fe de tu prueba exitosa, ahora debes ir a la Torre obscura para recibir tu investidura como miembro de la orden. –
El mago carmesí miro el pergamino en su mano. No entendía lo sucedido. Miro a su alrededor, el mago negro ya se desvanecía, como si su cuerpo se disolviera en la negra pared,  y solo escucho su voz
- No hay conjuro más poderoso que aceptar y decir orgulloso lo que eres, No hay prueba más difícil que aceptar tus deseos más obscuros y aceptarte a ti mismo. Ese poder rompe cualquier barrera que tengas ante ti. El poder surge de ti, pero si no te aceptas, tu poder jamás dejara de ser mediocre. El Demonio de fantasía te enfrenta a esa parte que deseas ocultar. Al aceptarte, el poder del Demonio de fantasía se rompió, y ahora tu poder puede alcanzar el máximo nivel.
Por cierto…el leñador sigue junto al lago.
Dicho esto, la sombra del mago negro se desvaneció del todo.




Salf/310717/ver 2.4

Las lagrimas de Einstein



El cuerpo humano siempre me ha sorprendido. Se adapta, se transforma.  La mayor parte de las personas cree que su cuerpo es estático, que cambia muy lentamente. Luchan a diario por detener el tiempo, pero no entienden su cuerpo. La temperatura  sube y baja todo el día, la presión arterial se jamás esta quieta. La piel se renueva y el polvo de nuestras casas no es otra cosa que células muertas, que van cayendo todo el día. El cabello crece, las células de nuestro cuerpo nacen y mueren todos los días. El clima cambia, la comida cambia y el cuerpo se adapta. Y cuando torturas un cuerpo, también se adapta. Los nervios envían impulsos eléctricos que desencadenan cascadas de sustancias químicas que transforman el ambiente químico del cuerpo. La piel engrosa por los latigazos. La piel del escroto se hace más elástica al colocar peso en los testículos. Los mecanismos generadores de adrenalina se hacen más sensibles. Darwin debería haber conocido el BDSM. Lo habría disfrutado en más de un sentido.
Abrí la puerta y ahí esta mi perro. Enfundado en una camisa y un pantalón camuflado. Su cabeza baja y su mirada sumisa me complace siempre. Al cerrar la puerta, al tronar mis dedos, mi perro se arrodilla y besa mis pies con reverencia y adoración. Lo tomo del cuello, lo obligo a levantarse, y con la mirada en el piso lo llevo lentamente a subir unas escaleras. Sus pasos resuenan en el piso de loseta blanca.
Al llegar a la recámara le ordeno desnudarse y arrodillarse. Le dejo lamer mis pies como premio a su esfuerzo. Le dejo pasar su lengua por cada uno de mis dedos, le dejo sentir la piel de mi empeine. Le dejo quitarme las sandalias y lamer las plantas de mis pies. Es un placer para el, un premio antes de todo lo que esta por venir.
Le tomo del cabello y le levanto la cabeza a la altura justa para ponerle el collar de perro, hecho en cuero negro. Le coloco la cadena en la argolla que queda a la altura de la manzana de adán y lo dejo seguir jugueteando con mis pies. Mientras lame, le coloco pinzas en las tetillas. Son pinzas metálicas, unidas a una cadena. La presión y el peso de la cadena le causan dolor y placer. Cierra los ojos abandonándose a la sensación y su verga se erecta sin tocarla.
Tomo una cuerda negra, y sujeto sus testículos. Es hora de atarlos, de tenerlos cautivos. Doy vueltas en su escroto mientras sus testículos van encontrando cada vez menos espacio. La piel se estira causando dolor, y su piel se enrojece mientras sus bolas parecen estallar.
Paso mis dedos por su espalda, acariciando cada parte de su piel. Siento los cambios de temperatura, siento sus huesos bajo la piel. Recorro su columna vertebral, sintiendo cada protuberancia. Bajo hasta sus nalgas. Doy algunos golpes ahuecando mi mano para hacerlos más sonoros. Me gusta que sienta los golpes, mientras el sonido entra por sus oídos y llega a su cerebro. Piso la cadena con mi pie desnudo y voy jalándola poco a poco para forzarlo a ponerse en cuatro patas y tu cara lo mas cerca del piso. Y lo mantengo así, lamiendo mis pies mientras uso mi mano para enrojecer sus nalgas hasta el color que me gusta ver.

Las lágrimas son liquido segregado por las glándulas lagrimales principalmente. Su propósito es lubricar y limpiar el ojo, y también intervienen en la óptica. Entre sus funciones principales esta el distribuir el oxigeno en la superficie del ojo, ayuda a mejorar la visión, además de lubricar el ojo. También tienen propiedades que ayudan a eliminar bacterias, eliminan residuos solidos que puedan caer al ojo. Y además absorben parte de los rayos ultravioleta de la luz solar
Hay tres tipos de lágrimas. La primera es la lágrima basal, la cual es liquido que se produce regularmente y lubrica  el ojo.
La segunda es la lágrima refleja. Estas lágrimas se producen cuando entra en contacto con el ojo alguna sustancia irritante, para tratar de lavar el ojo y evitar el daño. También se producen al bostezar, al vomitar, o al contacto de sustancias picosas con la lengua o boca.
La tercera categoría son las lágrimas emocionales. Estas están provocadas por la felicidad, la ira, el miedo y otras emociones. Tienen una química diferente debido a que están provocadas por otro tipo de estímulos nerviosos. También se producen por el dolor físico.
Lleve a mi esclavo a la cama guiándolo con la cadena. Lo  subí y lo deje a cuatro patas mientras preparaba cuerdas y paliacates para inmovilizarlo.  Ate un paliacate a su muñeca. Me gusta usarlos debido a que funcionan como muñequeras, distribuyen la presión y pueden atarse de diferentes formas. Después de atarle las cuatro extremidades, lo tome del cuello y baje su cabeza hasta que todo su cuerpo quedo apoyado en el colchón. Extendí cuerdas y comencé a atara las cuerdas a los paliacates para estirarlo completamente.
Tome una vara y comencé a dar pequeños golpes por todo su cuerpo
Primero la espalda, bajando por los laterales hasta llegar a las nalgas. Acaricie con la punta de mi vara su cuerpo mientras la respiración de mi esclavo comenzaba a acelerarse.  Los golpes comenzaron a aumentar su intensidad.
Ajuste las pinzas de las tetillas para aumentar también la presión lograda.
Regrese a la vara. El mango recubierto de plástico negro se siente tibio al tacto. La larga vara se balancea entre mis dedos mientras cae una y otra vez sobre su espalda. Golpes en vertical. Golpes en horizontal. Golpes en diagonal. La lluvia de golpes cae mientras el eco de La gran pascua rusa de Korsakov suena en el aire y llena el cuarto. Llena mis oídos, lleva el compás y marca el tiempo de cada impacto.
A cada momento se agrega una nuevo golpe, una nueva marca. Después de un tiempo que se antoja eterno, tu espalda se vuelve roja  y un tapete  de líneas rectas ha formado un intrincado dibujo de triángulos y cuadrados mezclados entre si.
La respiración se agita y puedo ver como tu cuerpo se estremece en cada golpe.
Es tiempo de la cera…
Enciendo las velas y la luz se comienza a esparcir por la habitación. Al principio tímida, y después potente. Las pequeñas llamas bailan y dotan de vida todos los objetos alrededor. Tu cuerpo parece cobrar vida temblar al compás de las sombras en la pared.
La luz esa energía encerrada en una materia que no es ni solida ni liquida ni gaseosa.  Y mientras acaricio tu piel caliente, pienso en la ecuación de Einstein. La energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado. La materia se puede convertir en energía y la energía esta guardada en la materia. La energía puede concentrarse y estallar. Impregnar todo alrededor. Llenar de luz y color el aire.


Dejo caer la cera en la espalda de mi esclavo. Cada gota cae y se lleva una parte de la energía del fuego en ella. Mientras cae, parte de la luz que esta encerrada en cada gota se transmite y penetra la piel de mi esclavo, que lentamente va acumulando en su piel, en cada parte de su cuerpo la energía del fuego y la luz. Su espalda deja poco a poco su color rojo y queda sepultada por una masa suave de color blanco.
Esa piel que absorbió la energía de cada golpe de mi vara. Cada impacto transmitió una pequeña cantidad de energía a su piel. Cada golpe como gotas cayendo en un estanque, formando ondas de energía que de difuminaban por toda su piel. Esa energía contenida en el cuerpo de mi esclavo esperando liberarse.
Suelto las cuerdas y sujeto la cadena de mi esclavo y lo levanto de la cama. Lo llevo a una columna y le ato las manos a lo alto de la columna. Ato su cintura y sus pies para tenerlo inmovilizado. Un hermoso San Sebastian abrazado a la columna esperando el suplicio que lo llevara al cielo en medio de su rapto místico.
Tomo un látigo de cuero. La piel del mango se siente suave al tacto. Las colas caen naturalmente. El peso que se balancea es agradable. Cada cola es un objeto lleno de energía lista para liberarse y transmitirse.
La gran Pascua Rusa sigue sonando al fondo.
Comienzo a dar latigazos suaves, los necesarios para que la adrenalina corra nuevamente por sus venas y un gemido mezclado con un suspiro se escapa de su boca.
Sabe que es lo que viene.
A cada momento los golpes ganan en ritmo y fuerza. Mientras caen los golpes, caen también pequeños trozos de cera. Vuelan en el aire como pequeños fragmentos de mármol arrancados por un cincel. Al pasar el tiempo, la cerca se va y queda la piel sensible. La sesión de vara y de cera la ha dejado predipuesta a sentir  más el castigo infligido por el latigo.
La velocidad aumenta y también la fuerza. Cada cola del látigo transmite más y mas energía a su cuerpo. Sus ojos enrojecen, su respiración se agita. Su piel se estremece más y más. La gran pascua rusa se acerca al final. Golpe tras golpe, la boca se tensa, la saliva resbala mientras trata de aguantar el dolor sin gritar.
El látigo caer y la piel enrojece. Cada cola deja la marca de su paso y de la energía trasmitida. Es hermoso ver como las colas dejan caminos en la piel. Formas caprichosas aparecen en la piel, y una imagen de Rorschar aparece en la espalda de mi esclavo a cada latigazo.
Los músculos se tensan y el cuerpo de mi esclavo comienza a tener pequeños espasmos a cada golpe. El dolor se hace más intenso. Aumenta de la misma forma que aumenta la energía contenida dentro de mi esclavo.
Y entonces llega. El dolor rompe la resistencia de mi esclavo. El grito sale de su garganta puro y sonoro. El cuerpo se suelta y simplemente se abandona al dolor. Y las lágrimas fluyen.
Esas lágrimas puras y cristalinas que brotan de sus ojos y corren raudas por sus mejillas.  Lágrimas que caen en un pequeño tubo de cristal.
Si Eintein viviera posiblemente podría ver en ese liquido transparente y con un ligero tono dorado, una gran cantidad de energía transformada en materia. Materia pura y brillante. Lágrimas puras y brillantes.
 Materia de enorme valor por ser transformada dentro de un cuerpo. Cada golpe esta ahí presente. Cada gota de cera. Cada huella del látigo tiene ahí su representación. Energía radiante atrapada en un pequeño cristal.
Le muestro el pequeño frasco a mi esclavo. Y le susurro que todo a valido la pena una vez más. Le beso, le acaricio agradecido por el regalo. Le suelto de sus ataduras y le dejo abrazarme las piernas.
Mientras el descansa a mis pies, pienso en esa energía brillante y pura que me pertenece y que pronto bajara por mi garganta para nutrir mi cuerpo.
 Al contemplarla me siento como un alquimista medieval. Y mientras me pregunto que pensaría Einstein de mi teoría, lo imagino frente a mi. Y solo puedo decir.
¡salud!