Para marrón, fiel y
juguetón.
La palma de buda
Meñique.
La verdad no puedo dejar de sonreír.
Aun recuerdo ese primer correo electrónico
que llego a mi cuenta. Me sorprendió un poco el contenido, pero bueno, después
de esa despedida creo que quizá no había otra situación más lógica que simplemente
decir que esto no era lo tuyo y adiós.
La primera sesión fue excelente. Pase por ti
a un lugar cerca de la zona de Tacubaya, y fuimos a unos baños cercanos.
Pagamos uno turco individual, y al entrar encontramos un par de cuartos amplios
de azulejos color azul cielo. Cerré la puerta con un pequeño y oxidado pasador
de bronce. Al voltear, estabas de pie mirándome expectante. Deseabas que
sucediera algo y deseabas que yo lo hiciera suceder.
Te ordene desnudarte.
Tu cara enrojeció de vergüenza al quitarte
poco a poco la ropa, mientras tu miembro gano una gran erección, hasta quedar
como un pequeño obelisco de roca. Al colocarte el collar de perro de cuero
color miel, con puntas metálicas a los lados, soltaste un pequeño suspiro, y un
estremecimiento recorrió tu piel.
La pequeña aventura que en tu mente genero
mucha excitación, en la realidad hacia que tu cuerpo vibrara de placer. Lamer
mis pies fue algo que disfrute mucho, verte humillado y sometido por primera vez.
Un perro reconociendo el sabor y olor de su nuevo dueño. Tu mente sumergió tus
prejuicios y ataduras sociales hasta cubrirlos completamente, en un rio de
perversión y placer. Similar a los bautizos en los tiempos de Cristo te sumergí
y quedaste con una marca indeleble, que hasta el día de hoy, sigue estando
presente en tu mente y corazón.
Al salir a la calle toda tu moral y
prejuicios aspiraron una bocanada de aire puro y volvieron al ataque. Creyendo
vanamente que bastaba un correo lleno de malas razones y autoengaño para borrar
la experiencia, y el placer que llevabas en tu piel, impregnado como una
segunda capa de sudor.
En tu correo, después del consabido discurso
moral, simplemente me escribiste: adiós, gracias y nunca más.
Yo sonreí al leer todo aquello, y simplemente
decidí esperar.
Anular
Mientras caminábamos hacia el metro, tus
palabras lograron hacer brotar una gran sonrisa en mi rostro. Saber que tenías
novia y planes para una vida de pareja fue algo emocionante. Era la cereza del
pastel para terminar una excelente sesión. Estaba un poco intrigado del porqué,
después de cada sesión, siempre terminabas diciéndome que sería la última.
Siempre pensé que podía ser por qué, siendo poblano, podrías confirmar
regularmente la creencia de que son de lo más mocho. Así que las crudas morales
estarían a la orden del día. Pero sentía que había algo más.
Me costó un poco enfocarte en la sesión. La
primera parte de la humillación y bondage apenas si logro atraer tu mente y tu
excitación. Tuve que recurrir a algo más físico, para desbalancearte y
sorprendente.
Decidí atarte a la cama boca abajo, sujetando
con cintas de seguridad tus muñecas y tobillos, para no dejar marcas. Pasar mis
dedos apenas rozando tu espalda, y sentir en las yemas de mis dedos, el suave
contacto del vello fino de tus nalgas.
Pasar mi lengua tibia desde tu nuca hasta el
nacimiento de tus nalgas, te erizo la piel, te puso en alerta, y estremeció tu
cuerpo.
Comencé con palmadas leves y espaciadas.
Subiendo poco a poco la fuerza. Después decidí acariciar un poco tus nalgas
antes de cada golpe, variando la intensidad para llamar más aun tu atención.
Fuerte algunas, leves otras.
Cuando tuve tu atención, curve mi mano para
generar sonido en cada palmada, que la estimulación entrara por tu piel y por tus
oídos, barriendo toda otra sensación y todo otro sonido, hasta quedar solo el
placer y el dolor.
Tu respiración cambió y se agitó un poco.
Hora de cambiar de ritmo e intensidad. Borrar con dolor y placer los jirones de
tu preocupación, enfocarte en trabajar tus límites, rebasarlos. Empujarte para
que te descubras capaz de disfrutar con el dolor en tu piel. Los suspiros se
transformaron en jadeos al mantener el ritmo, y variar la intensidad de las
nalgadas, y para ese momento, ya suplicabas entre jadeos.
Un poco de caricias, palabras al oído para
cerrar el círculo alrededor de ti y tenerte a mi merced.
Y después la parte fuerte. Variar el ritmo e
ir subiendo la intensidad. Ver tu cuerpo estremecerse, sentir tu piel vibrar y
tu voz entrecortada que solo repetía- ¡Gracias señor!-
Fue placer puro sentir tu piel enrojecida y
caliente, muy sensible, tanto como ver tu cara de felicidad al descubrir hasta
donde habías logrado llegar.
Sin embargo cuando nos despedimos, fue
evidente que ya lo tenías decidido. Querías ser completamente fiel y feliz con
tu novia. Decidiste hacer a un lado la experiencia y terminar el camino. Me
diste la mano, y me dijiste –Adiós, gracias,
y nunca más.-
Yo sonreí, y simplemente decidí esperar.
Medio.
Me invadió una gran sensación de bienestar al
sentir tu cabeza apoyada en mi pecho. Una sonrisa afloro en mis labios al saber
que tenías planeada la boda. Las cosas iban muy bien con tu novia y decidieron
casarse pronto. Era como quien dice, tu despedida de soltero.
Como era una ocasión especial, decidí darte
otra experiencia nueva. Saque todas las cuerdas de mi mochila.
Ordene en la cama los atados de cuerda por
longitud y dureza. Cuerdas blancas de algodón, cuerdas blancas y combinadas con
azul, y un par de rollos de cinta de cinturón de seguridad. Unos paliacates y
unas tijeras de uso rudo completaron el equipo.
Comencé
atándote las manos a la espalda, dando varias vueltas en tus muñecas
para ampliar la zona de presión y dar la impresión de ser unos brazaletes de
cuerda. Te sorprendió la suavidad de la cuerda en contraste con la firmeza de
la sujeción lograda. Te inmovilizaba las muñecas, pero no lastimaba. Era una
sensación completamente sensual. Tome otra cuerda y sujete tus muñecas, la pase
sobre tus hombros, como tirantes, y comencé a tejer diamantes de cuerda en tu
pecho. Ajustaba la tensión por aquí, y algún nudo por allá. Rozaba tus tetillas
de forma juguetona, colocando la cuerda por momentos, para que disfrutaras del
roce por tu cuerpo.
Te recosté en la cama, y ate tus tobillos con
vueltas suficientes para apretar sin dañar tu piel. Subí por tus pantorrillas
anchas y fuertes, atando algunas vueltas por arriba y por debajo de tus
rodillas. Ate tus muslos con dos vueltas amplias a la altura de la ingle, y
aproveche para soltar los cabos y atarlos a los tobillos, Tirando de ellos para
inmovilizarlos, mientras daba pequeñas mordidas en tus chamorros.
Tome una cuerda delgada y sujete los dedos
gordos de tus pies, y los uní a las rodillas para tener las plantas de tus pies
libres e indefensas.
La cereza del pastel fue una mordaza hecha
con una cuerda bicolor, blanca y azul.
Y quedaste libre e indefenso. Fueron tres
horas de juego con tu cuerpo atado, y disponible para mi. Fue delicioso.
Al final mientras descansábamos recostados te
felicite una vez más por tu próximo matrimonio. Yo solo podía darte mis dos
comentarios: Felicitarte y desearte un excelente matrimonio. Y recordarte que
los anillos mágicos solo existen en los cuentos y novelas. Cuando tu esposa te
pusiera el anillo en tu dedo, nada de tus filias y deseos cambiaría ni
desaparecería. Te pedí que lo reflexionaras, porque no ibas a cambiar por
dentro solo por cambiar tu estado civil.
Tu solo me dijiste –Adiós, muchas gracias por todo, y nunca más.
Yo solo esboce una pequeña sonrisa, y pensé
que una vez más, solo debía esperar.
Índice
Como todas las veces anteriores, fue un gran
gusto verte. Mi rostro se ilumino con una gran sonrisa cuando te ví. Subí a tu
automóvil de color azul marino y nos dimos un fuerte apretón de mano.
Mientras conducías me diste la gran noticia
del próximo nacimiento de tu primer hijo. Estabas emocionado y feliz, aunque
con los nervios de ser padre primerizo. Todos los preparativos y visitas al
médico te ponían muy nervioso.
Cuando llegamos a tu casa los nervios cambiaron
de causa. Ser dominado, sometido y humillado en tu propia casa era algo que te
excitaba y te causaba mucho morbo.
Al cerrar la puerta te tome del cuello y te
coloque de espaldas a la pared. Sujete tus manos con las mías y las levante
hasta dejarte casi parado sobre las puntas de tus pies. Pegue mi cuerpo al tuyo
para inmovilizarte contra la pared. Me acerque a ti. Tus ojos automáticamente
buscaron el piso, mientras acercaba mi boca a tu oreja, y te susurraba
suavemente los detalles de la noche.
Serías mi perro y esclavo toda la noche y la
mañana siguiente. Te desnudare y te colocare de rodillas para ponerte el collar
de perro que tenía placa de perro, cerrado con un candado, cuyas únicas llaves
yo conservaría en mi poder. Te dejare lamer todo mi cuerpo, de la cabeza a los
pies mientras descansaba de mi viaje, recostado cómodamente en tu cama. Después
me prepararas una bebida, para refrescarme mientras preparas y sirves mi cena. Pondré
las sobras en tu plato de perro, que comerás después de lavar los trastes y
dejar la cocina limpia.
Cenaras mientras tomo un buen baño, y estarás
listo con una toalla para secar todo mi cuerpo, así que deberás cenar muy
rápido. Luego me seguirás hasta la cama
y masajearas mis pies con tu boca mientras veo televisión. Al terminar mi
película favorita, prepararas un café para revisar a gusto mis pendientes en la
computadora portátil. Antes de dormir, te pondrás a cuatro patas y te daré una
serie de nalgadas que servirán para relajar mis músculos, y descargar la
tensión de mi espalda.
Después te daré permiso de colocar una manta
en el piso a los pies de la cama para que duermas junto a mí. Dormirás en el
piso, así estarás cerca si necesito algo durante la noche, desde ir al baño,
hasta un vaso de agua. O simplemente para que mis pies no toquen el piso frio
al levantarme por la mañana. Y al despertar… vendrá una pequeña sorpresa.
Al terminar de susurrarte los detalles,
jadeabas y tu cuerpo se pegaba y se frotaba contra el mío, sentía tu excitación en mi piel, casi podía
oler la adrenalina emanada por los poros de tu cuerpo. Sentía tu respiración
entre cortada en mi oreja. Desde luego que la sesión fue placentera de
principio a fin.
Por la tarde, mientras esperaba la salida de
mi autobús de regreso a la ciudad, solo me quedo decirte que serías un gran
padre. Todos estos años de conocerte y descubrir cosas acerca de ti, de madurar
y crecer como esclavo, de cuestionarte las cosas que te sucedían, habían hecho
de ti una gran persona. Serías comprensivo y firme para guiar a tu hijo. Le
darás amor y disciplina, la libertad suficiente para crecer y las reglas para
que sea excelente persona.
Cuando anunciaron la salida del autobús, nos
levantamos, me miraste un poco incrédulo y me diste un abrazo. Me dijiste que
ahora que tenías la responsabilidad de un hijo y lo mejor era cerrar el círculo
y dejarnos de ver. Nuevamente me dijiste -Gracias por todo, adiós, y nunca más.
Al salir de la terminal, mientras miraba tu
rostro atrás del cristal, solo pude sonreír, y pensar en volver a esperar.
Pulgar
La cerveza bien fría es algo que siempre he
disfrutado, y más cuando estoy en la compañía de un buen amigo. Recordar todas
las cosas que hemos pasado juntos, y las cosas que han sucedido en todos estos
años, es agradable porque han sido buenas. Como siempre y como todo hay sus
altibajos, sus periodos malos y buenos, pero aquí seguimos.
Ahora, después de todos estos años de conocernos, de pasar de
alguna manera todos los eventos personales que nos han sucedido, se ha creado
un lazo de unión muy fuerte.
A estas alturas no solo eres mi esclavo y
perro fiel, eres también mi amigo. ¿Por qué nunca deje de recibir tus mensajes
o de entrenarte como mi esclavo y perro? Si, sé que muchas veces me dijiste que
hasta ahí llegaba todo. Pero hay una razón, déjame contarte una leyenda china.
Hace muchos años había un rey mono que era un
verdadero dolor de cabeza para todos en el cielo y la tierra. Era un excelente
guerrero, muy hábil y astuto para sus travesuras. Los Dioses intentaron
disciplinarlo, pero siempre lograba salirse con la suya. Derrotaba a los
ejércitos y a los generales, se burlaba de la autoridad. Corría aventuras
simplemente por el pacer de sacar de quicio a los demás y aceptaba retos, solo
para irritar a los dioses.
A tal grado llego a ser invencible e
impertinente, que los dioses cansados y derrotados pidieron ayuda al mismísimo
Buda. Buda llamo al rey mono y le aposto a que no podría escapar de su mano. El
rey mono, que se sabía capaz de cubrir enormes distancias de un solo salto,
acepto sin preocupación. Se dio vuelta y dio un gran brinco y aterrizo en un
lugar desierto, en el que solo había cinco pilares. Tallo su nombre en uno de
los pilares y dio un salto más para regresar a donde estaba Buda. Cuando
aterrizo, le conto feliz de su logro y de la prueba que dejo tallada en aquel
pilar. Buda sonrió solamente y le pidió que volteara. Atrás del rey mono
estaban los dedos de Buda y en uno de ellos estaba la inscripción que había
tallado. Cuando se dio cuenta que había perdido, el rey mono trato de escapar,
pero Buda volteo su palma y lo atrapo bajo una enorme montaña, manteniéndolo así
castigado durante mucho tiempo, hasta que el rey mono se ofreció a servir a un
monje. Así, a través del servicio y obediencia, alcanzo la verdadera sabiduría
y regreso al cielo.
Tú eres un poco como el rey mono, travieso, y
aventurero, aunque muy inconstante. Pero
tienes un gran potencial y grandes capacidades para ser un excelente esclavo.
Puedes tratar de escapar, de negar, o de olvidar, pero nunca lograras dejar
este placer de lado. Ya lo has visto y comprobado a través de los años.
Intentas saltar fuera de mi palma y de mi influencia, pero siempre terminas
cayendo nuevamente en mí mano. Has grabado diferentes cosas en tu vida creyendo
que son firmes pruebas de que me has sacado de tu pensamiento. Y al final henos
aquí conversando de todas las cosas pasadas y de las que aún están por venir.
Sigues dentro de mi palma y has comprendido que parte de lo que te da plenitud
es servir.
Has integrado tu sumisión a tu vida y has
dejado de pelearte con eso, eres más feliz ahora.
Yo solo he debido esperar cada vez que
saltas, y estar ahí para recibirte y darte una pequeña lección para
reflexionar. Estoy orgulloso de los que has madurado, y del hombre y esclavo en
que te has convertido. Y seguiremos juntos compartiendo este camino.
¿Qué por qué te muestro mi palma izquierda?
Es porque en esta palma es donde has dado tus
saltos, y es la que está más cerca de mi corazón.
Sal/0714/ver1.1