miércoles, 16 de julio de 2014

Mientras la bella duerme.

Para el caballero de Magnana, por sus servicios, ser, y vicios

“Cuando hablo con Ubertino me da la impresión de que el infierno es el paraíso visto desde otra parte”.
El nombre de la Rosa/ Umberto Eco.



                                              Mientras la bella duerme.

Era una tarde apacible de finales de otoño. El sol se ocultaba lentamente. Sus rayos moribundos apenas si tocaban los objetos, delineándolos suavemente. Aquella luz acariciaba la silueta del príncipe, mientras contemplaba el ocaso con mirada ausente. La torre en la que estaba, era la más alta del castillo. La vista era espléndida. Desde ahí se divisaba el bosque, los sembradíos y todo lo que estaba alrededor. El castillo se alzaba sobre una colina, con murallas altas formando un cuadrado, con torres triangulares en los vértices, guardando las relaciones divinas de la perfección mística, aplicadas a la disposición humana. Pues cuatro son las direcciones, cuatro los elementos y las etapas de la vida. Tres las personas de la trinidad y las criaturas intelectuales. Y con estas relaciones de perfección divina que dicta la Santa Madre Iglesia, se construyó este castillo. Construido por orden del padre del príncipe, que así esperaba alejar toda desgracia y fatalidad del hogar de su hijo. Y tres más cuatro dan siente, que es número cabalístico por excelencia. Por ello eran  siete las ventanas de aquella torre usada para dominar todo el territorio. Y cuatro por tres son doce, que es el número de los apóstoles, y por ellos, eran doce las ventanas del salón del trono y los caballeros defensores de los príncipes. Y doce por doce es igual al número de los elegidos que contemplarán la Gloria de Dios, gloria que  el Príncipe ahora dudaba en merecer.
Estaba de pie, en el centro de tantas relaciones místicas que no le ayudaban en nada con lo que sentía, y le hundían en la desesperación. Le recriminaban por lo que estaba planeando y por los deseos que se insinuaban en su alma. Ahí, lejos de todo y de todos, tratando de encontrar la seguridad que estaba muy lejos de sentir. Hoy se cumplía el plazo. El último que se había impuesto. Había postergado este día, una y otra vez, aduciendo mil escusas, argumentando razonamientos que no se sostenían por si solos. Pasaron meses antes de que estuviera seguro de lo que sentía, y pasaron todavía más antes de que llegara esta noche. Y a pesar de ello, estaba temblando por la incertidumbre, quizá por miedo… quizá de excitación. No había marcha atrás. No quería seguir dándole vueltas, no más noches en vela. Ya no.
Ya era suficiente.
La reunión estaba concertada.
Respiro profundamente y dejo que el aire fresco de la tarde inundara sus pulmones, dejándolo salir de su cuerpo mientras cerraba los ojos. Por un momento se quedó inmóvil, sintiendo el viento a su alrededor. En el cielo, el lucero vespertino se asomaba tímidamente, lo cual le indicaba que era hora de bajar a cenar.
El salón en donde comían los príncipes era muy amplio, la mesa de madera tallada era muy pesada, de forma rectangular, con lugar para doce comensales. Tenía pequeñas ventanas distribuidas en las paredes, y una de ellas daba a un cubo de luz. La pared que estaba detrás de la cabecera de la mesa, lugar destinado al príncipe, estaba adornada con un gran tapiz con los escudos de los príncipes. El príncipe ocupó su lugar. Unos momentos después entro la princesa Aurora.
Usaba un sencillo vestido de color azul pálido, con mangas largas y pequeños abultamientos en los hombros. El cabello lo llevaba suelto, apenas cubierto por un pequeño velo de tela blanca, sujetado por una cinta de seda azul a manera de diadema. Lo saludo con un tierno beso y se sentó a su lado. Aurora trató de romper el silencio mientras servían el cerdo asado con bayas silvestres, y las copas de vino. El príncipe comenzó a contarle acerca de cómo iban las cosas  con las cosechas, tratando de llenar el vacío que sentía. Aurora era hermosa, y el príncipe la contemplaba siempre que podía sin interrupciones. Era realmente bella, aunque sumamente ingenua.
Era comprensible, después de todo, había pasado casi dieciséis años sin más compañía que unas hadas que eran pura bondad. Sin contacto con el mundo real. A veces pasaba tragos difíciles cuando trataba de explicarle, cosas de la vida cotidiana. Y era aún peor al tratar de explicarle detalles sobre su relación marital. La primera noche después del casamiento fue difícil. Fue complicado explicarle todo y no sentirse un pervertidor.
Y ahora. ¿Cómo podía explicarle las sensaciones de su cuerpo, a alguien tan ingenuo?
Aurora por su parte era feliz. Aunque a veces se quedaba con una sensación de incomprensión, acerca del comportamiento de los demás, confiaba en lo que le explicaba su esposo. Sentía como si hubiera vivido en una burbuja todos estos años. Aun cuando había pasado más de un año, después de regresar a la vida normal de una princesa, no comprendía muchas cosas acerca de su estatus de princesa, sus deberes, sus derechos, y sus deberes maritales. Su  posición superior y su derecho de disponer de sus súbditos era algo que la incomodaba mucho. ¿Por qué todos debían servirla? ¿Acaso sus adorables hadas no le habían dicho que todos eran iguales y libres?  Confiaba en que después de un tiempo, terminaría acostumbrándose.
Lo que en este momento le preocupaba un poco, era su esposo, que últimamente se comportaba de un modo extraño. Pero ella creía que era algo pasajero. Lo amaba y se esforzaba en comportarse como debía. Sn preguntar y esperando en el poder del amor.
Después de cenar, el príncipe acompaño a Aurora a la alcoba y espero con ella hasta que el sueño la invadió. El príncipe salió de la alcoba y se dirigió hacia la torre del lado este. La torre Sharrode.
La torre era pequeña, no más alta que la muralla, hecha con fines de reclusión. Constaba de dos plantas y un sótano. La planta alta era la sala de procesos. Tenía siete ventanas dispuestas a lo largo de la pared circular. Había un gran escritorio y algunas sillas de madera. También un cepo para tener al acusado inmovilizado de pie y unos grilletes que salían de la pared, como serpientes que colgaban laxamente. También había una jaula circular de piso a techo, donde podían estar hasta tres acusados un poco apretados.
La planta baja estaba dividida en dos. Una parte era usada como cárcel para quienes esperaban procesos, y constaba de una jaula corrida que ocupaba poco menos de la mitad. El sótano también era redondo, y estaba acondicionado como sala de torturas. A lo largo de la pared estaban distribuidos grupos de grilletes, suficientes para mantener inmovilizados a la pared a ocho presos. En el extremo opuesto de la entrada estaban dos pequeñas celdas, excavadas en el piso, para mantener a dos presos de pie, sin que sus cabezas sobresalieran del nivel del piso, cerradas con tapas de madera con un único orificio, para crear una sensación de estar sepultados vivos. Junto a ellas estaba un pequeño horno, para los tormentos de fuego. En medio de la sala se hallaba un potro de mesa para torturar a la víctima y del techo caían algunas cadenas colocadas para poder encadenar al preso de diferentes formas y tener todo el cuerpo del preso a disposición completa del verdugo.  En un armario empotrado, se hallaban algunas cosas de metal, como grilletes unidos con cadenas para pies y manos, collares metálicos, fustas, látigos, azadones y metales para torturar con acero al rojo vivo.
El príncipe, encendió una antorcha y entro a la torre Sharrode, su mirada recorrió el espacio que va de la jaula a la puerta que conducía al sótano, sintió un poco de presión en su entrepierna, pero prefirió subir directamente al área de procesos y se sentó a esperar.
Al cabo de unos quince minutos se escuchó ruido en la planta baja. El vello de la nuca se le erizo. Se escucharon pasos en las escaleras y pronto emergió del suelo una figura. El hombre era de la misma estatura del príncipe, de complexión mediana, con barba de medio candado. Su piel estaba tostada por el sol. El cabello muy corto no ocultaba una cicatriz en la parte posterior de la cabeza. Los ojos de color café oscuro apenas se distinguían a la luz de la antorcha que llevaba en la mano. Era el capitán de la guardia real y mejor amigo del príncipe,  el caballero Feval de Sigmaringen.
El príncipe saludo nervioso.
Feval era de origen alemán, hijo del señor del castillo de Sigmaringen y una princesa sarracena. Conoció al príncipe cuando eran más jóvenes, y Feval viajaba por orden de su padre, para aprender el arte de la guerra y conocer el mundo. Cuando llego al castillo del padre del príncipe, todos se sorprendieron mucho por la habilidad de Feval con las armas, así que el Rey pido al padre de Feval que le permitiera quedarse con él. Al menos hasta que Feval decidiera que era tiempo de regresar a hacerse cargo del castillo de Sigmaringen. Así que Feval acepto quedarse como el capitán de la guardia del príncipe mientras entrenaba a alguien más para quedarse en su lugar.
Ahora Feval estaba sentado frente a su mejor amigo, intrigado por el llamado y las condiciones para el encuentro.
El príncipe comenzó a relatar una historia que ya sabía Feval.
Aurora era una princesa que después de nacer, recibió la maldición de un hada resentida, que la condeno a morir a los dieciséis años al pincharse el dedo con un huso. Sin embargo un hada bondadosa, cambió el resultado de la maldición. En lugar de morir, la princesa solo caería en un profundo sueño, hasta recibir un beso de amor.  Las hadas y sus padres tomaron la decisión de enviarla a vivir alejada del contacto humano, para evitar que la maldición se realizara, y no hubiera ningún huso alrededor. Desafortunadamente el hada resentida logro que ella se pinchara con el huso, y cayó en profundo sueño. El príncipe, fue a darle el beso salvador, pero fue capturado y encadenado en un calabozo de un terrible castillo, antes de poder pelear con el hada y acabar con ella. Acto seguido, el príncipe fue a la torre y rompió el hechizo con un beso de amor.
Feval ya sabía todo esto y arrugo el ceño dubitativamente, intuía que había algo más.
El príncipe, le miró fijamente, mientras respiraba profundamente, y le conto su captura, rapto y encadenamiento, por parte de las huestes del hada malvada. Esas horas entre el ocaso y el anochecer fueron muy intensas y con tanta emoción y peligro no notó algo que había anidado en su alma.
No lo notó tampoco después, ocupado por la boda y la habilitación del castillo, pero ahora, se sentía incómodo, culpable y confundido. El hada lo había tenido cautivo solo unas horas, encadenado, indefenso, de rodillas, humillado. Y ahora… extrañaba eso.
Las palabras salieron como un pequeño grito ahogado que solo esperaba un pequeño espacio en el alma y la boca del príncipe para salir.
El príncipe comenzó a sollozar, y con palabras entrecortadas le contó a Feval que le angustiaba descubrirse añorando los grilletes. Que varias veces había dejado a Aurora dormida mientras bajaba al sótano de la torre Sharrode a colocarse grilletes para estar preso una vez más. Tenía miedo y vergüenza. Sabía que era malo y perverso, que seguro era cosa del demonio meridiano, pero no podía olvidarlo y su deseo crecía cada día. Le suplico a su amigo que le ayudara y el llanto ahogo por completo sus palabras.
Feval le paso el brazo por la espalda para calmarlo.
Cuando el príncipe se calmó, Feval le dijo que pensaría como poder ayudarlo. Un par de minutos después, un gesto de resolución se dibujó en el rostro de Feval y le dijo al príncipe que el siguiente encuentro sería dentro de dos días, en la misma torre. Que por el momento no preguntara más.
El príncipe no esperaba esto, y a pesar de sus protestas, no obtuvo más respuesta. Feval se dio vuelta y se fue, y el príncipe se quedó unos minutos más mientras se serenaba. Luego se fue a dormir más inquieto que nunca.
Al siguiente día, el tiempo transcurrió muy lentamente, el príncipe no resistió la tentación de buscar a su amigo Feval, pero los guardias le comentaron que salió muy temprano al bosque. No dejo seña alguna de a donde se dirigía, y dejo a un guardia a cargo de sus obligaciones
 Así pasó lentamente el tiempo y llego el final del segundo día, y tal como había solicitado Feval, el príncipe se hallaba sentado en la planta alta de la torre Sharrode. Durante dos días no tuvo noticias de Feval y ahora no sabía si llegaría.
Escucho pasos en la planta baja.
Era Feval. Su figura se hacía más corpulenta por la capa de viaje que traía puesta. Detrás de él venia alguien más. Era una figura de estatura un poco más baja que Feval, también envuelto en una capa de viaje y la capucha sobre el rostro. A una señal de Feval la figura se sentó en el piso, al lado derecho de Feval. Por toda explicación, Feval le dijo que era un viejo amigo, y que seguramente sería de utilidad en esta situación.
El ánimo del príncipe, iba del miedo y el nervio, a la expectación y la intriga.
Feval comenzó a contarle una historia. Un suceso ocurrido hace algún tiempo, mientras transcurría una guerra contra un reino vecino, antes del rescate de la princesa Aurora.
En esa guerra Feval había luchado junto a otros valerosos guerreros de otras tierras con quienes compartía el campamento. Una noche que no podía dormir, decidió dar un paseo. Salió de su tienda y camino algunos minutos adentrándose y alejándose del campamento. De pronto escucho unos gemidos, y chasquidos que eran indudablemente producidos por un látigo. Camino lo más silenciosamente posible y llego a un lugar levemente iluminado por la luz de la luna. Ahí vio a un hombre completamente desnudo, atado en cruz entre dos árboles de gruesos troncos, mientras otro hombre le azotaba sin piedad con un látigo largo de una sola cola. Feval estaba sorprendido y no acertó hacer ningún movimiento. Algo en los gemidos del torturado le despertó sentimientos extraños. Después de un par de minutos más de azotes en piernas y nalgas, el verdugo desato al hombre desnudo y le ato las manos a la espalda, lo puso de rodillas frente a él. El verdugo tapo la vista de Feval, y ya no podía ver que sucedía. Así que tomo su espada y se hizo presente. Verdugo y victima quedaron inmóviles por la sorpresa. El verdugo le colocaba una cinta de cuero en el cuello, mientras el torturado de rodillas exhibía su miembro completamente duro apuntando al cielo.
Feval le ordeno al verdugo desatar al hombre desnudo. El captor aflojo las ataduras y la víctima se incorporó.
Entonces sucedió algo inaudito.
La victima tomo una espada de entre sus ropas y colocándose al lado de su captor, encaro a Feval con una perfecta posición de guardia y ataque. Al quedar completamente bajo la luz de la luna, Feval pudo apreciar el cuerpo desnudo y sudoroso de la víctima, con líneas dibujadas por los azotes en sus costados y piernas, y el miembro que aún seguía erecto, mientras sus testículos campaneaban entre sus piernas. Con voz profunda la víctima le pregunto a Feval si bajaría su espada y hablaban, o prefería un duelo. Feval reconoció al instante la voz de uno de sus aliados, famoso por su habilidad con la espada y sus estocadas mortales, así que opto por hablar.
La víctima se vistió mientras el captor guardaba su látigo y algunos objetos que Feval no reconoció. Durante el regreso, y mientras comían algo frente a la hoguera, Feval se enteró de las prácticas de humillación y dolor. Y así, mientras la luna descendía, la erección de Feval ascendía. Feval termino el relato hablando acerca de hombres que disfrutan aquellas prácticas y roles de Dominación y sumisión, de placer y dolor.
El príncipe estaba atónito por el relato de Feval.
Feval se levantó, y le pregunto si quería aclarar sus dudas y miedos esa misma noche.
El príncipe asintió como un autómata, confirmando tímidamente con la cabeza.
Feval le pregunto al príncipe acerca de sus fantasías y pensamientos. Al principio, el príncipe hablaba con un poco de vergüenza, pero conforme pasaba el tiempo, se sentía más en confianza y hablaba mas fluido, porque Feval le escuchaba sin reproches ni desapruebo. Fue liberador poder hablar de ello. Así, le contó de las veces que se imaginaba desnudo y atado, o cuando se imaginaba recibiendo azotes o insultos. Le conto las veces que bajaba al sótano de la torre Sharrode a mirar los instrumentos de tortura, sin atreverse a tocarlos. O de las veces, que, más audaz, se desnudó en el sótano y se colocó grilletes pegando su cuerpo a la pared, sintiendo el frio del acero y la piedra. O de las veces que estuvo desnudo de rodillas frente a un verdugo imaginario, suplicando completamente indefenso. Feval le miro atentamente por unos segundos cuando el príncipe termino de hablar. Feval le ordeno seguirlo.
Al levantarse palmeo su muslo derecho vigorosamente  y el encapuchado se levantó y bajo las escaleras tras de Feval. El príncipe los siguió.
Al llegar abajo Feval le ordeno desnudarse. El príncipe obedeció con un poco de pena, pero sintiendo su erección elevarse de inmediato, dejo al descubierto su cuerpo de piel clara, cubierto por una fina capa de vello castaño. El vello se hacía más notorio en el pecho y el abdomen, delineando su cuerpo. Un cuerpo delgado pero con músculos definidos. Feval lo tomo del cuello y lo llevo hasta la pared. Al toque, el príncipe se estremeció por el frio, mientras que Feval le colocaba grilletes en muñecas y tobillos, dejándolo indefenso y casi inmóvil. La erección del príncipe era total.
Feval ordeno al encapuchado quitarse la capa de viaje. De inmediato quedo al descubierto un hombre un poco más bajo que Feval, de cabello corto y barba de candado. La piel apiñonada le señalaba como italiano o griego. El torso era totalmente velludo, marcando sus pectorales. Llevaba puesta una piza de cuero ceñida a la cintura, a la usanza de los hombres de las tierras altas, atada con un cordel. La pieza le llegaba un poco debajo de la rodilla dejando ver unas pantorrillas velludas y rematadas en botas de cuero. Llevaba al cuello una cinta de cuero atada a la altura del esternón. Feval tomo la cinta de cuero atada al cuello y tiro de ella hacia abajo. El extraño se arrodillo de inmediato, colocando sus manos a la espalda y fijando la vista en el piso. Un chasquido de los dedos de Feval y el extraño bajo la cabeza hasta besar respetuosamente las botas de Feval. Otro chasquido más y el extraño desato el cordel de la faldilla y esta cayo dejándolo desnudo, entonces el príncipe vio que también los genitales del extraño estaban atados con una cinta de cuero.
Feval lo sujeto por la nuca he hizo presión para indicarle que se levantara. Cuando estuvo de pie, lo llevo hasta donde colgaban dos cadenas en medio de la habitación, y le ató pies y manos dejándolo en cruz. Saco una cinta y lo amordazo. Saco de la capa de viaje un atado de cintas de cuero y comenzó a azotarle.
Al principio lentamente y después aumentando la rapidez y la intensidad. Primero la espalda, y después lentamente bajando hasta las nalgas y las piernas. Los latigazos cambiaban su sonido mientras cambiaban su fuerza, dejando líneas enrojecidas a lo largo de la espalda del extraño. El príncipe observaba todo aquello en silencio y pasando de la sorpresa a la excitación. Miraba como el cuerpo de aquel extraño se estremecía con cada azote. Primero solo escuchaba el sonido de las tiras de cuero volar por el aire y caer sobre la piel desnuda, después se dejaron escuchar pequeños jadeos seguidos de gemidos, que cada vez se hacían más y más audibles. Feval dejo de azotarlo y tomo una antorcha la acerco a la espalda del torturado. El príncipe puedo ver claramente la espalda brillante por el sudor y las líneas delgadas y rojas dejadas por las cintas de cuero.
Feval dejó caer el látigo improvisado y camino hacia el príncipe, que cerró los ojos instintivamente. En lugar de algún golpe, el príncipe sintió la tibieza de la mano de Feval recorriendo su pecho, y detenerse en su miembro totalmente erecto. Sintió como apretaba un poco su miembro y sopesaba sus testículos. Sentía el caído aliento de Feval en su mejilla, y cuando esperaba algún otro movimiento, Feval lo soltó.
El príncipe tardó un poco en animarse a abrir los ojos, y cuando lo hizo, vio a Feval soltando al extraño. En cuanto estuvo libre de ataduras, el extraño se arrodillo nuevamente al lado de Feval, tomo sus manos y las beso respetuosamente, después, puso sus manos a la espalda y quedo inmóvil. Feval tomo la capa de viaje y la faldilla de cuero y se las echo al hombro. Se acercó al príncipe y libero primero sus pies y luego sus manos. Le miró fijamente por un momento y le dijo al príncipe que se vistiera y subiera a la planta alta. Le dio la espalda y camino hacia la escalera para subir, al pasar junto al extraño, chasqueo los dedos y el extraño se levantó y lo siguió en silencio.
El príncipe se quedó parado sin saber qué hacer. Todo le parecía tan irreal, que por un momento pensó que soñaba. Se vistió y subió lentamente las escaleras, esperando despertar en cualquier momento.
En la planta alta aguardaba Feval sentado y a sus pies estaba de rodillas el extraño, apoyando su cabeza en el muslo de Feval, mientras este le acariciaba la cabeza como a un perro fiel.
Feval habló. –Príncipe Brandin, esto que habéis visto, es solo una pequeña parte del mundo que deseáis explorar. Pero debéis estar seguro de lo que son tus deseos. Esto que habéis visto quedará en secreto, lo mismo que todo cuanto me habéis contado. Debéis saber que nada  de esto se hace sin nuestra aprobación y consentimiento mutuo. Y si decidís entrar, nada se llevara a cabo sin vuestro consentimiento. Pero debéis entender que una vez que os adentreis en estas prácticas, un mundo nuevo y alterno se abrirá ante vuestros ojos. Y necesitareis vuestra energía y conocimiento para descubrirlo y manejarlo. Para ello debéis abrir vuestra mente y vuestro corazón. Pero debo advertiros, que jamás volveréis a ser el mismo. Seréis mucho mejor.-
El príncipe Brandin guardo silencio tratando de comprender lo que había escuchado.
El extraño habló.
-Esto que veis, no es algo fortuito ni espontáneo. Para llegar a este punto, hubo mucho trabajo de vuestro amigo y mío. Yo decidí que deseaba ser un esclavo. Decidí entregar mi libertad y me rebaje a la condición de un ser sometido y humillado, porque era lo que mi corazón deseaba, y era grande el placer obtenido ahora. Vuestro amigo Feval es mi Amo y le he entregado mi cuerpo y mi mente. Sin importar lo dura que sea la tortura o la humillación, estoy seguro a su lado y protegido. Esta es una relación en la que él me da placer al causarme dolor y humillarme, y yo le correspondo mostrándole mi dolor y mi humillación para su disfrute. Es algo recíproco. El me conoce como el cazador a su perro. Y yo le conozco como el perro a su Amo. Sabe cómo enseñarme y disciplinarme. Sabe mis límites y me lleva por ellos. Me premia con placer cuando le sirvo bien. Siento cuando está satisfecho por mi sufrimiento y sumisión. Cuando me premia, me siento completo y pleno, sin importar cuando dolor y esfuerzo exigió de mí. Me lleno de felicidad al ver su gesto de bienestar, y sentir su mano acariciando mi cabeza. Esta cinta de cuero que veis en mi cuello es señal y símbolo de mi sumisión y entrega. Si deseáis estar aquí, no podéis estar a medias príncipe. Si decidís tomar este lugar, muchas cosas buenas pasareis y nunca el arrepentimiento tocara vuestro corazón.-
Feval continuo- príncipe, hermano, esto es diferente y por ello deberéis guardar secretos y practicar la discreción a mas no poder. Como amigos y hermanos te pido que penséis y reflexionéis acerca de todo cuanto habéis visto y sentido el día de hoy. Si deseáis continuar por este camino, entonces hablaremos, resolveremos todas tus dudas y te iniciaremos en nuestras prácticas. Si por el contrario, pensáis que este nuevo mundo no es para vos, entonces lo ocurrido y hablado esta noche, jamás habrá ocurrido-
Feval dio una palmada y el extraño se puso de pie.
Feval le paso un brazo por la espalda y le dijo al príncipe Brandin.-
-Por cierto mi querido amigo, quiero presentaros al Caballero de Magnana. Me tome la libertad de hacer arreglos para que se quede una pequeña temporada en vuestro castillo. Es un buen consejero y con gran experiencia en la promulgación de leyes y edictos, de forma que os puede ser de utilidad en esos infaustos asuntos. Por lo demás, estará completamente bajo mis órdenes. Descansa amigo, hoy ha sido una larga jornada.-
Dicho esto, Feval le dio un abrazo y le cubrió con su propia capa de viaje, dio la vuelta y bajo las escaleras, seguido del caballero de Magnana.
El príncipe tardo un poco en moverse, todo cuanto había ocurrido, le había dejado en un estado de ensoñación. Salió de la torre Sharrode y aspiro el suave aire frio. Miro la luna que parecía ser más grande y brillante de cuantas había visto antes, y entro al castillo. Se recostó con cuidado para no despertar a la princesa y pasó la noche sin dormir.
Al día siguiente, el príncipe se levantó muy temprano y comenzó a dar órdenes a sus súbditos. Desayuno con la princesa y le anuncio que estaría ausente un día, ya que debía atender unos asuntos. La princesa lo noto un poco inquieto. Le pregunto si algo le preocupaba. El príncipe respondió con evasivas. Las palabras y actos de Feval y del caballero de Magnana le habían perturbado demasiado. No quería ni podía mentirle a su amada esposa. La tomo en sus brazos, y la miro fijamente. En sus ojos claros podía ver si preocupación. Le prometió que cuando regresara todo lo que le inquietaba se habría resuelto. Le dio un pequeño beso en la frente.
Llegado el medio día, el príncipe, le coloco unas alforjas a su caballo y monto. Aurora le prometió que rezaría por él. El príncipe sonrió cariñosamente y enfilo hacia el bosque. Cabalgo toda la tarde y al anochecer llego a su destino.
A pesar del tiempo. Recordaba perfectamente el camino que llevaba hacia el castillo donde estuvo preso. Subió entre los escombros y llego a un gran patio, donde dejo el caballo. El castillo tenía la fama de estar maldito, y algunos hablaban de que el espíritu del hada malvada, aun lo habitaba. Por ello ni los bandidos se refugiaban en él. El príncipe sentía temblar su cuerpo mientras encendía una antorcha con un pedernal. Camino subiendo y bajando escaleras recorriendo el mismo camino que siguió cuando los sirvientes del hada lo llevaron al calabozo. Sus músculos se tensaron cuando toco la puerta de madera de la celda. Los goznes rechinaron al abrir la puerta. Ahí estaban los grilletes, la banca, todo seguía igual. Encendió una pequeña hoguera en medio de la celda y miro a través de la ventana enrejada. Se desnudó a pesar del frio de la noche, y se arrodillo en medio de la celda, coloco sus manos a la espalda y bajo la vista. Permaneció así por varios minutos, y cuando sintió frio se cubrió con su capa de viaje, y se acurruco en la banca, que crujió bajo su peso.
La princesa esperaba con ansiedad a su esposo, y fue mucho su esfuerzo para no salir corriendo a su encuentro al anochecer del siguiente día. El príncipe Brandin llego justo antes del anochecer. La princesa lo encontró ojeroso y cansado. El semblante le había cambiado, al igual que el brillo de sus ojos. El príncipe bajo de su caballo y le dio un largo beso. Antes de que ella le preguntara algo, el príncipe sonrió y le dijo que todo estaba solucionado. Entraron al castillo y el príncipe ceno abundantemente, con un apetito que la princesa no le había visto en varios meses.
El príncipe Brandin termino de cenar y envió a un mensajero en busca de Feval. Y se reunió con él y con Magnana en la torre Sharrode antes de dormir.
Esa noche el príncipe Brandin durmió tranquilo.
La princesa también durmió tranquila y en calma esa noche y muchas más. Siempre abrazada a su esposo, apoyada en su pecho, jugueteando con la cinta de cuero que el príncipe Brandin llevaba al cuello.



Sal/1100/ver5.9

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